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ERASMUS

En el corazón de toda raza y cultura

Cecilia, Milán
07/05/2010 - TAIWAN
Cecilia y los tres sacerdotes de la San Carlo, con los amigos de Taiwán
Cecilia y los tres sacerdotes de la San Carlo, con los amigos de Taiwán

Cecilia, movida por su pasión por el chino, ha pasado cinco meses al otro lado del mundo. Llegó sin atreverse a preguntar “¿cómo estás?” y se va sorprendiéndose más libre que antes.
¿Cómo es posible sentirse como en casa estando al otro lado del globo? Es lo que me pregunté nada más aterrizar en Taiwán a primeros de septiembre, a pesar de que todo, empezando por los “rostros amarillos” que me rodeaban, parecía indicar lo contrario. Sin embargo, ha sido así, de forma inmediata. Y los cinco meses que he pasado allí estudiando chino, con todos los amigos que he conocido, entre ellos tres misioneros de la Fraternidad de San Carlo, no han sido otra cosa que el desvelarse con nitidez de esa impresión inicial. Misteriosa, como el enamoramiento de un pueblo y de una lengua que me apasiona desde hace un año y que me lanzó a este viaje, “una locura” para quien me conoce o cree conocerme, y para mí la primera.
Fue precisamente el deseo de entender qué sentido tiene esta pasión mía, y conocer a Quien la ha puesto en mi corazón, que me ha lanzado en busca de personas que se han convertido en mis amigos. No es que haya sido fácil desde el principio. Cuando se trata de asiáticos, uno no sabe hasta qué punto puede entrar en su vida privada. De modo que al principio intentaba no hacer preguntas demasiado personales (ni siquiera me atrevía a preguntarles cómo estaban) y me dejaba tratar como el “animal exótico” que hay que llevar de turismo.
La mayoría estudian italiano, por lo que yo representaba para ellos la ocasión de practicar el idioma, igual que ellos me servían para practicar lo que aprendía en clase. Después de unos días, me sentía asfixiada, no estaba acostumbrada a relaciones tan inhumanas con mis amigos en Italia. Así que empecé a comportarme libremente con ellos, sin importarme el hecho de que yo fuera italiana y ellos taiwaneses, yo cristiana y ellos budistas, protestantes o ateos, yo blanca y ellos orientales. El gran descubrimiento fue que ellos también querían ser tratados así, tal como me han tratado a mí los últimos cuatro años mis amigos de la Católica y tal como me trataban aquellos tres sacerdotes.
Así que no fue casual que también ellos se lanzaran al ataque de esos tres curas, sus profesores de italiano, con los que empezaron a reunirse una vez a la semana para hablar de “cosas de las que no tengo el valor de hablar con mis amigos”, como dijo unos días antes de mi regreso a Italia Giuseppe (en oriente, cuando se empieza a estudiar italiano, los estudiantes eligen un nombre italiano).
Un día invité a Ezio, que me preguntó cómo debía comportarse con su ex novia. “Yo no puedo resolver tus problemas con esa chica, pero puedo invitarte a ver algo interesante”. Otro día me sorprendí contándole a Tiziana, protestante, la jornada de inicio de curso que habíamos tenido unos días antes, para responder a su pregunta sobre por qué yo me había hecho amiga tan pronto de sus tres profesores sacerdotes.
Ha sido impresionante empezar a acoger lo que estaba sucediendo con personas aparentemente tan distintas a mí. Un mes antes de volver a Italia, Valeria me mandó un mensaje para pedirme que estudiáramos juntas (algo absolutamente inconcebible en su cultura individualista), y el día que me iba se presentó en el aeropuerto con sus amigas para cantarme La canzone degli occhi e del cuore.
Las relaciones florecían y no pasaba un día sin entender un poco más quién soy yo. Porque o me autocensuraba, como sucedió los primeros días por el miedo a no ser políticamente correcta, o decía quién era, con todas las consecuencias. He descubierto que no hay raza, lengua o cultura que pueda hacer frente a una amistad. Pero aún más sorprendente ha sido descubrir, ya de vuelta a Italia y con mis viejos amigos, que han sido precisamente las personas que he conocido en Taiwán las que me han enseñado a ser libre. Algo que está haciendo florecer milagrosamente las relaciones de aquí, incluso las que siempre he dado por descontado.

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