¿Por qué importa escribir bien? ¿Cómo podemos persuadir a un chaval de que su modo de hablar dice mucho de él? ¿Qué ha pasado para que una joven hable así sobre el Muro de Berlín? ¿Para qué estudiamos lengua? ¿Te han servido de algo los análisis de sintaxis que hiciste en el colegio?
Ignacio Bosque es académico de la RAE desde el año 97. Ocupa el sillón t minúscula. Acude a la cita con su antiguo alumno, Alfonso, más bien discípulo (en la primera acepción de la RAE), el sábado 12 de noviembre en Torrelodones. Los acompañamos una centena de espectadores.
Tras la hora y media resonaban tres palabras: académico, profesor y maestro. De todos, de muchos y de unos cuantos, respectivamente. Catedrático de Filología Hispánica de la Universidad Complutense, confiesa no haber abierto nunca un libro de pedagogía, ni de didáctica. Y que en cambio ha escrito e inspirado varios libros de didáctica de la lengua (aunque él nunca los llamaría así). Prueba del sello que ha ido dejando año tras año, es el libro-homenaje publicado en 2011 por un grupo de alumnos.
El lenguaje te define y te pertenece
¿Cómo podemos hacer atractivo el esfuerzo por hablar mejor? Tenemos dos razones de distinto nivel, explica Bosque. (1) Muchos han perdido su trabajo, no por falta de conocimiento o habilidades, sino por no ser capaces de comunicarse con corrección. Por tanto, para trabajar necesitan hablar y escribir correctamente. Pero la parte más interesante del lenguaje no es simplemente la corrección en su uso, sino (2) que te define. Igual que tus manos te pertenecen y hablan de ti, tu lengua te pertenece. «Expresas todo con él, es tuyo, tan tuyo como tu pulmón», decía. Y esto es lo interesante, porque las estructuras pertenecen a nosotros mismos. Reflexionar sobre lo que decimos, cómo lo decimos, y sobre lo que queremos decir es conocernos a nosotros mismos. ¿Por qué? Porque nuestras palabras no son un simple envoltorio de ideas, sino el material con el que las construimos.
«De acuerdo», pensaba el Teatro Fernández-Baldor. Conocer cómo hablamos y hablar mejor es bastante interesante. Es una manera de autoconocimiento. Pero ¿y la sintaxis?
Hablando de su pasión, la gramática, dice que es muy similar a la ciencia, y que por eso es apasionante. Hacer sintaxis es hacer ciencia, hacer generalizaciones, pensar con estructuras mentales. Es buscar la pauta que se repite en distintas frases una y otra vez. Fomenta el pensamiento abstracto. Y emocionado contaba la impresión por cómo las palabras se piden unas a otras. ¿Por qué hay dos palabras que siempre van de la mano, se necesitan?
El niño es un científico desde que nace
Esta actitud de científico es la que recomienda no perder en toda la etapa educativa. La capacidad de asombro. «¡Los niños tienen preguntas espléndidas!», aseguraba. «Son inquisitivos frente al mundo. No hagamos que acaben preguntado en el colegio si entra o no entra la letra pequeña». Contaba como ejemplo la pregunta de un niño a su madre: ¿Por qué tú puedes hacerme cosquillas y yo a mí mismo no? «¡Son preguntas de científico!», decía Bosque entusiasmado una y otra vez.
Hay que convertir a los chavales en científicos. Que es una actitud frente a la vida. Es el afán de mirar lo cotidiano. Buscar lo esencial en la complejidad. Comentar, opinar, en cambio, no es ciencia.
Consejos de un veterano profesor
Por eso, él cree que hay dos tipos de profesores: los que te transmiten información y los que hacen que algo se mueva en tu cabeza. Y para mover algo en la cabeza del otro él cree que hay que estar apasionado por la materia, conocerla a fondo, dominarla y luego explicarla. Y esta ha sido su pedagogía y su didáctica siempre. El amor a la materia te hará creativo a la hora de pensar ejercicios útiles para tus alumnos. Pero sin pasión por el contenido no hay nada que hacer.
Resumía que lo que tiene que hacer el profesor es estimular. Decir a menudo: ¡mira el mundo y míranos a nosotros que queremos entenderlo!, porque lo que uno recuerda con el paso de los años de sus profesores es su actitud, su pasión hacia la asignatura. Y si no, miren la foto.
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