Participé junto a otros cuarenta profesores en una "Summer School" con Tatiana Kasatkina sobre “Introducción a la lectura analítico-sintética de las obras literarias”, organizada por Diesse (la asociación que engloba a profesores y educadores en Italia).
Una Summer School que tuvo como contexto el maravilloso paisaje de los Apeninos en Módena y que me sorprendió, a pesar de mis años de profesión y reciclaje, pues allí me encontré ante una propuesta radicalmente nueva y fascinante.
La profesora Kasatkina nos enseñó a hacer un trabajo sobre el texto, en este caso sobre un texto concreto, Las memorias del subsuelo de Dostoievski, pero no para quedarnos en el texto sino más bien para aprender un método: escuchar, entender, comprender la realidad que nos sale al encuentro.
Esta es la novedad que me sorprendió y fascinó, la provocación a romper con las ideas preconcebidas que uno tiene para abrirse al texto, para escuchar al autor, dejar que nos hable. Yo vengo de una larga tradición de interpretaciones cristianas de los textos y ahora estoy aprendiendo, al final de mi carrera, un nuevo enfoque, que lleva dentro una gran promesa, la de comprender la realidad hasta el fondo, descubrir todos los niveles. Pero para eso hace falta ir más allá de la apariencia, de la presunción que a menudo nos hace pensar que ya hemos comprendido.
La profesora Kasatkina nos enseñó este método mediante un trabajo, nuestra lectura del texto de Dostoievski, los seminarios en los que poníamos en juego nuestras preguntas de impresiones, una lección diaria donde ella nos marcaba el ritmo del trabajo y nos proponía nuevas reflexiones. Y para demostrar la bondad de este método, nos propuso verificar cómo funciona también para abordar una película. Vimos juntos Dancer in the Dark y también la juzgamos juntos, descubriendo que no habíamos comprendido, y debíamos volver a verla.
Lo que más me sorprendió de esta nueva forma de leer es que la primera que aprende es precisamente la profesora, Kasatkina, no porque nos comunique sus conocimientos sino porque ella era la primera en escucharnos, hasta el punto de que todas nuestras observaciones eran para ella una ocasión para profundizar en su relación con el texto, para sorprenderse por algo que no había captado antes y que de pronto se desvelaba ante ella.
Ha sido una verdadera escuela, un lugar donde lo que está en juego es el modo de usar la razón, si seguimos siendo capaces de esa apertura que la constituye. Un texto literario, como cualquier hecho que sucede, es una verificación de cómo estamos delante de la vida, si estamos abiertos a lo que la realidad nos dice o si defendemos lo que ya sabemos. En el fondo, cada uno de nosotros es un “hombre del subsuelo”, y tiene que decidir si seguir escondiéndose o salir a descubierto para iniciar el camino al que la realidad le llama.
Esos días no fueron la ocasión de participar en una nueva forma de reciclaje. Fueron mucho más. Empezamos a entender hasta qué punto necesitamos aprender a enseñar. Y esto abre unas perspectivas asombrosas y muy interesantes que abrazar y vivir.
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