Es domingo por la noche. Recibo un mensaje en el chat y es Jimmy, alumno de bachillerato que me pide que le preste una Biblia. Pienso que esto merece una conversación más detenida.
«¿Para qué quieres una Biblia?». «Quiero leerla para comprender mejor», me dice. «Para comprender tiene que suceder algo, tienes que tener algo real delante de ti, porque el cristianismo es un hecho que las palabras de ese Libro te ayudan a comprender. De lo contrario lo único que te queda es una interpretación abstracta». «¿Y no puedo empezar por una interpretación abstracta?». «Veamos – le respondo – imagina que un chico no se ha enamorado, pero quiere enterarse de lo que es el amor leyendo las cartas de amor de su primo. Nunca se enterará de verdad, confundirá el amor con sus interpretaciones». Jimmy se ríe en el chat y contesta – «¡Qué buena esa!». Yo sé que Jimmy ya ha tenido un encuentro, así que le invito a seguirlo seriamente para comprender en la Escritura lo que ya ven sus ojos.
Sin embargo ahora se produce un silencio y yo me doy cuenta de algo que ha estado ante mí todo este tiempo: tiene miedo. Sigo la conversación: «Tu problema Jimmy es que te defiendes con uñas y dientes. Te asusta volcar toda tu persona en Otro, tienes miedo a arriesgar, sientes vértigo, y prefieres encerrarte en tu casa a leer cartas de amor que tú puedas interpretar a tu gusto». – «¡Qué bien me conoces, profe! Creo que a partir de ahora me voy a tomar en serio la Escuela de comunidad. ¿Qué toca para el viernes?».
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