En estos últimos meses hemos estudiado el planteamiento del problema humano. Son alumnos de 2º de secundaria. Para terminar el trimestre vemos una película que nos ayude a darnos cuenta de nuestras experiencias. La historia nos presenta a una mujer y a un niño que viven una aventura para encontrar al padre del chico. En los personajes aflora todo el problema humano, el deseo, la soledad, la tristeza, la necesidad de un sentido y la nostalgia. Los alumnos han seguido la película atentamente a pesar de no estar acostumbrados a ver un tipo de cine con un ritmo pausado, diálogos y poca acción. Nada de efectos especiales.
La película ha terminado. Nadie se mueve de su sitio, en silencio. María Jesús es la primera en reaccionar mostrando su disgusto: «¡Profe, la película no debería acabar así!». Y es que al final, una vez encontrada la familia del niño, los protagonistas se separan y la mujer teme que un día el niño también se olvide de ella como la había olvidado su propio padre. «No puede terminar de esta manera», empiezan a clamar otros alumnos en lo que ya es un clamor unánime. Me cuesta hacer un poco de silencio en la clase para hacerme escuchar. «¿Por qué os molesta tanto cómo termina una película? Al fin y al cabo es sólo una película, ¿no?», consigo decir cuando lo alumnos se han calmado. «María Jesús, habrías preferido que la historia tuviera un final feliz, sin drama, para irte tranquila a tu casa. Es tu propio drama el que queda abierto, tu propia humanidad que echa en falta otro final». En la clase ya no hay protestas sino expectación. María Jesús responde bajando la mirada: «Sí, es verdad».
Ha tocado el timbre, yo concluyo la clase: «Chicos, hoy hemos puesto una pica en Flandes, una pequeña victoria. Ahora podéis mirar con simpatía todo lo humano que hay en vosotros, porque Cristo llega precisamente ahí, a vuestra humanidad herida como la de los personajes de la película».
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