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PROFESORES

Cantando un bolero

Andrés Bello
12/03/2012 - Lo que cualquier alumno entiende perfectamente. Dos ojos verdes acompañan a Martín a ser sincero

En la clase de 4º estudiamos las actitudes irrazonables que el hombre puede asumir frente al interrogante último sobre el sentido de la vida. Yo lanzo la provocación: «¿Podéis afirmar tranquilamente que las preguntas y las exigencias más profundas de vuestro corazón son una trampa biológica, algo que está en nosotros para empujarnos ciegamente a ponernos al servicio del progreso de la especie humana, sin que tengan un cumplimiento para nuestra propia persona? ¿Satisface esto a la razón?».

De nuevo Martín, el chico que ha vuelto al colegio como el hijo pródigo, comienza una discusión que anima a toda la clase. «A mí sí que me satisface. Sé que nada es para siempre, disfruto del momento, sabiendo que un día se terminará y punto. No necesito más». Otros alumnos salen a responderle, pero él sigue argumentando todo lo que puede y más. Termina la clase y se acerca a la mesa del profesor mientras algunos alumnos le rodean interesados: «Usted no puede pretender tener razón. Yo lo veo de otra forma. Para usted es como si la vida no mereciera la pena, como si fuera una excusa para otra cosa». «Eso no es así — le respondo —, más bien es al contrario. Mira, la diferencia entre tú y yo es que yo vivo en el viernes por la tarde y tú vives en el domingo por la tarde». Me ha entendido perfectamente, cualquiera de mis alumnos sabe cuál es la diferencia entre las primeras horas del fin de semana y la tarde del domingo cuando ya tienes que volver a clase al día siguiente.

Días después, Martín me busca en el patio, quiere hablar conmigo un rato. «En lo que yo sostengo sólo hay un problema — comienza diciendo —, ¿por qué siento tristeza cuando pienso que lo que tengo y disfruto se va a terminar? ¿Y por qué siento continuamente que me falta un horizonte mucho mayor, que todo me parece poco?». La conversación continúa ahora ya delante de otros alumnos que escuchan atentamente. «Entonces — le digo —, ¿es razonable afirmar que la vida es una trampa biológica, una artimaña de la naturaleza y nada más?». La chica de ojos verdes me escucha esperando la respuesta, y yo recuerdo el viejo bolero “El reloj” que comienzo a cantar ante la sorpresa de los chicos: «Detén el tiempo en tus manos, “haz esta noche perpetua” para que nunca se vaya de mí». Martín asiente.

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