Es media mañana. Me encuentro en la calle a un antiguo alumno que tuvo muchos problemas y fue expulsado de varios institutos. Una historia de profundas heridas desde la infancia: un padre en la cárcel, una madre a quien le retiran la custodia de sus hijos, y el duro recorrido por distintos centros de acogida. Jordi ya tiene 18 años, recibe una paga del Estado y su única ocupación es obtener el carnet de conducir. Nos saludamos con afecto, como siempre, y le pregunto por su vida. «Profe, estoy mejor que nunca, disfrutando sin hacer nada y cobrando una paga; hago lo que quiero». «Bueno, Jordi, – le digo – te recuerdo que estás hablando conmigo, y que yo sé de qué va tu corazón. ¿No cambiarías lo que tienes ahora, la paga y el carnet de conducir, por la experiencia de ser amado verdaderamente?». «Profe – me contesta Jordi – ya sabes que sí lo haría, pero ni siquiera he encontrado una chica que me quiera de verdad». «No sería mal comienzo, pero el sufrimiento que has vivido te enseña que necesitas mucho más». Y añadí: «Ya sabes dónde me tienes siempre. Te espero». Me da la mano y se va.
Por la tarde. Una pequeño grupo de Escuela de comunidad al que asisten algunos alumnos de mi instituto. Una chica, Malena, comienza diciendo que por una serie de cosas que le han sucedido durante la semana se ha sentido fatal y ha pensado que ella no sirve para nada, que nadie la quiere. Le pregunto: «¿Cómo puede ser que una chica como tú, con unos padres y una familia que se preocupan por ti, con amigos y amigas a tu alrededor que vienen contigo a clase, con unas posibilidades económicas y sociales muy superiores a la media, puede sentir que no es amada?». Le cuento lo que me ha sucedido con Jordi esa mañana y cómo le pasa lo mismo que a ella. «Se puede entender que un chico con una herida de abandono tan profunda, con todo un cúmulo de situaciones tristes y además carente de medios económicos, pueda sentirse no querido, ¿pero tú? ¿Qué puedes tú tener en común con un chico como Jordi?». Dejo que se lo piensen un rato. Luego. «Pues tenéis el mismo corazón, la misma humanidad que, al igual que la mía, exige ser amada de un modo incondicional». Malena responde inquieta: «Y ahora ¿qué?». «Ahora escucha esa exigencia de tu corazón, sin reducirla rápidamente. Estoy seguro de que te sorprenderás haciendo esta experiencia: puesto que no me doy la vida a mí misma pero existo, vivo porque “alguien” quiere mi vida en este instante. Pregúntate si acaso esto no quiere decir que eres amada, querida de verdad, instante tras instante. Lo comprenderás tú sola».
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