Es la última hora de clase. Los alumnos de bachillerato se han ido de visita con el profesor de Economía. Pedro es el único que no pudo ir. Este es el tercer curso que hace conmigo. El primer año estuvo ausente durante meses; la clase no tenía para él interés y venía porque estaban allí sus amigos. Dedicaba la clase a leer algún que otro libro o a escuchar música. Una vez me respondió: “Profesor, en la vida sólo hay dos cosas que valen: la familia y el fútbol”. Efectivamente se le daba muy bien el fútbol.
Pasado algún tiempo, un buen día entra en clase, sin percibir que yo venía detrás de él. Le estaba comentando a su compañero que la vida es una porquería. Una vez ya en la clase, con los alumnos sentados en sus sitios, le desafié para que dijera en voz alta lo que venía diciendo al entrar: “La familia y el fútbol, ¿han desaparecido de tu vida o es que nunca fueron suficientes?”, le pregunté. Desde entonces, las clases ya nunca fueron igual que antes para él.
Hoy el sol está cubierto de nubes. El día es gris y está lloviznando. Como resulta que estamos los dos solos en clase, nos vamos, y, al llegar a mi coche, Pedro me pide que le acerque a su casa. Por el camino me dice: “Profe, antes estos días grises era terribles para mí, me producían una nostalgia insoportable”. “¿Y ahora?”, le pregunto. “Ahora la nostalgia no me impide ser feliz. Al contrario, me recuerda que mi vida tiene sentido porque Él está. Se que Dios existe y tengo nostalgia de Él”.
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