Queridos amigos:
Un saludo a todos vosotros en este día feliz en que se cumple una etapa en el camino de vuestra vida. Porque la vida es un camino y ésta es la primera cosa importante que deseo deciros hoy: la vida es un camino, responde a un designio bueno, tiene una meta. No es, como dicen los cínicos o los desesperados, un puro rebotar en las circunstancias (hoy buenas, mañana quizás regulares, pasado seguro que malas), no es una broma pesada o el fruto del azar y de la casualidad. La vida consiste en responder a una llamada, es por tanto vocación. Es drama, pero no tragedia o desesperación. De eso os hablaré después.
Saludo a vuestros padres, familiares y amigos, que comparten la alegría de ver que vuestra vida crece y madura, y que sin duda con su compañía han ayudado a este desarrollo. Y cómo no, saludo con gratitud a vuestros profesores y al equipo del Colegio Newman, de cuya aventura me siento tan cercano. Yo aprendo cada día de vosotros, que tenéis la audacia y la autenticidad de poneros en juego frente a la libertad, los deseos y las preguntas de los jóvenes, y de ofrecerles lo mejor que tenéis: el tesoro de vuestra experiencia humana, de vuestras certezas, para que ellos se midan con esa propuesta y verifiquen si corresponde a los deseos y esperanzas que les arden por dentro. Educar es la tarea más humana, la más decisiva, y educar (como decía San Juan Bosco) es sobre todo una cuestión del corazón.
San Agustín decía que el hombre, en cualquier circunstancia en la que se encuentre, siempre sigue un atractivo vencedor. Yo lo he experimentado siempre así. Cuando era niño quería seguir las figuras de gente que me parecía grande: mi padre, algunos profesores, algunos héroes de mi infancia; ya entonces reconocía que había caminos y sugerencias que, siguiéndolas, me hacían respirar; y otros reclamos que hacían más oscura y amarga la vida. La palabra deseo explica bien el corazón del hombre: deseo de belleza, deseo de justicia, deseo de verdad. Y permitidme que lo diga desde ahora: deseo del Infinito, aunque no supiera cuál es su rostro ni su nombre.
No se trata de abstracciones. Ya de joven quería construir: enamorarme, crear una familia, ganar dinero, custodiar la amistad (de modo que no acabase nunca), ayudar a que mi país fuese mejor. Eran imágenes que iban tomando carne a través de ciertas relaciones, a través de mi propia implicación en las circunstancias personales y sociales. Vivir era decir sí al desafío que me llegaba de la trama de las circunstancias de cada día: del estudio de algunas asignaturas, de la chica de la que me había enamorado, de las noticias del telediario, de la relación con algunos amigos.
Yo estudié primero Ingeniería de Caminos y fue un tiempo maravilloso. Se trataba de construir obras, algo físicamente comprobable que dejaba huella en la faz de la tierra. Algo que transformaba las condiciones de vida de la gente para mejor. Muchas matemáticas, física y dibujo, pero también mucha reflexión sobre la ciudad, sobre la convivencia humana, sobre los espacios físicos en que se desarrolla. Como es natural, me gustaban más unas cosas que otras. Yo me decantaba por el transporte y el urbanismo por su dimensión histórica y filosófica, aunque luego el único trabajo de ingeniero que desarrollé fue una central nuclear. Y de ahí saco una primera lección: la vida no consiste tanto en realizar las imágenes que diseñamos en nuestra mente, sino en responder a la provocación de la realidad. Y esto no es un fastidio sino una gran posibilidad: implicarnos con nuestra razón, nuestro afecto y nuestra libertad en la realidad tal y como nos viene dada, eso es el trabajo. El resto son quimeras, y la felicidad y la realización de vuestra vida (que ciertamente anheláis) no vendrá de las quimeras sino de vuestra implicación paciente y leal con la realidad, tal como es.
Empecé a trabajar en una central nuclear y no sé dónde habría podido llegar en la ingeniería. Digo que no lo sé porque muy pronto, apenas un año después, se me presentó una posibilidad inesperada: yo lo llamo una vocación porque no fue un ensueño o un proyecto mío, sino una propuesta que vino de fuera. Primero debo decir que yo vivía (y vivo) unos fuertes lazos comunitarios, una participación en un Ideal común, en un camino y una experiencia. Esto no es nada raro, sino la forma más humana de vivir. Para empezar, eso es la familia, pero eso es también la verdadera amistad y todas las formas de comunidad que ayudan a la persona a constituirse y a educarse, a trabajar, a gozar y a sufrir. En mi caso se trataba de una comunidad cristiana, se trataba de la Iglesia. Pero tranquilos, porque lo que voy a contaros puede entenderlo cualquiera, sea cual sea su posición (siempre que sea leal y no cínica). Estos amigos tenían el proyecto de publicar una edición en lengua española de una prestigiosa revista de información internacional que se llamaba 30Días en la Iglesia y en el mundo, y pensaron que yo era la persona indicada, quizás por mis aptitudes para la comunicación, quizás por mi implicación en esa vida común y también porque aún era joven y podía permitirme una aventura como ésta.
Comprenderéis que para mí era un giro de 180 grados, lleno de riesgos y de consecuencias. Me había casado y tenía ya una hija de apenas dos años. Aquello era entrar en una tierra incógnita y os aseguro que no soy amigo de novedades. Tenía que montar una empresa, aprender otra profesión, comenzar nuevas relaciones… jugármela. Os recuerdo la frase de San Agustín, el hombre siempre sigue un atractivo vencedor, y aquél, a pesar de todas las dificultades, lo era. Se trataba de dar a conocer a la sociedad española una vida grande y rica, la vida de la Iglesia que era y es mi casa. Dar a conocer la humanidad nueva de los que acogen la fe: las obras de caridad, la cultura, el pensamiento sobre las grandes cuestiones de la ética económica o de la bioética, la aventura de los misioneros, los viajes y el magisterio del Papa… y muchas otras cosas, porque para los cristianos “nada de lo humano nos es ajeno”. Era además una oportunidad de diálogo con otras culturas alejadas de la fe, con los deseos y angustias de tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo.
La decisión no fue fácil. La tomamos juntos mi mujer y yo, escuchando a nuestros padres y a nuestros amigos, que nos dijeron: “no os dejaremos solos”. Y así fue. En paralelo con el nuevo trabajo me decidí a empezar la carrera de periodismo, en la Universidad de Navarra. Pensad en cuántas fatigas y complicaciones: viajes, exámenes, estudiar después de la jornada de trabajo, incomprensiones con la parte italiana de la empresa, lentitud de las suscripciones a la revista. En más de una ocasión sentí que se abría un abismo, y habría caído en él de no ser por la pertenencia que vivía, que me hacía consciente del Ideal al que servía, que me abrazaba e incluso aportaba soluciones técnicas y económicas allí donde yo no llegaba.
Pero también fue un tiempo bellísimo, porque es bello comenzar una obra, abrir camino, saberte acompañado, ver que el contenido de la revista llegaba y sorprendía a la gente planteándole tantas preguntas y sugerencias. Fue bello también porque aprendí muchas cosas: un oficio nuevo, nuevas relaciones, empecé a verme en el candelero público. Tuve que estudiar historia, arte, literatura, economía, relaciones internacionales. ¡Todo un mundo que me producía curiosidad y deseo! Curiosidad para entender el misterio de lo humano, y deseo de que todas sus dimensiones (razón, afecto, libertad, convivencia y bien común) pudieran llevarse al máximo. Un deseo que se concretaba en comunicar a todos la historia grande que yo he conocido junto a mis amigos y en la que todas esas dimensiones encuentran un cauce único para desarrollarse y educarse: la experiencia cristiana.
Pasados cuatro años, de nuevo surgió un acontecimiento que dio un giro decisivo a mi vida. Me llamaron de la COPE porque buscaban un periodista experto en información sobre la Iglesia. La revista había entrado en una especie de estancamiento y no parecía tener sentido que yo quedara bloqueado allí. Acudí a la llamada y desde hace veinte años soy un hombre de la radio. Otra vez tuve que aprenderlo casi todo: la técnica, los formatos, los tiempos, un modo nuevo de comunicar distinto del periodismo escrito….
De nuevo fue el atractivo poderoso de comunicar la Verdad, el Bien y la Belleza, ahora a través de un medio mucho más potente, el que me permitió aceptar el sacrificio de un nuevo aprendizaje. La palabra (hablada o escrita) siempre me ha brotado sencilla, de la mente y del corazón. Una palabra de la que me he sentido crecientemente responsable, porque se nos ha dado para cuidar la vida, para hacerla crecer, para profundizar y abrir las relaciones. Dice el Evangelio que se nos tomará cuenta de cada palabra dicha: no es para asustarse, sino para sentir la densidad de cada palabra, a través de la cual se expresa y se comparte la propia experiencia: el deseo del corazón y el cumplimiento que ya vas descubriendo en el camino.
Y así, en la radio he dicho palabras sobre todo tipo de cosas, y gracias a la compañía de mis amigos (a través de la cual se hace presente Cristo), creo no haber caído demasiado en la banalidad, creo no haberme vuelto escéptico. Y he intentado, a veces con el sufrimiento de no saber hacerlo mejor (porque nuestro decir y nuestro hacer siempre es sólo aproximado) comunicar el sentido bueno y positivo de la vida, de toda vida aun cuando esté herida y condicionada por muchos males.
He sido redactor de informativos, he cubierto manifestaciones, juicios y debates parlamentarios, he transmitido en directo la muerte del Papa Juan Pablo II y la elección de Benedicto XVI, y dirijo todas las semanas una tertulia de análisis sobre la actualidad de la Iglesia. Mis superiores me llamaron en 2000 a dirigir la programación socio-religiosa, y en 2006 me encargaron cuidar la línea editorial de la COPE y su aplicación en los diversos programas. Un trabajo arduo y precioso, que a veces me ha quitado el sueño, pero que siempre me ha permitido reconocer que yo seguía en camino, y que con los años mi deseo de verdad y de felicidad no iba a menos sino que se hacía más hondo y más tranquilo, porque cada vez conocía mejor esa Presencia amiga del Misterio que hace todas las cosas y que va cumpliendo ese deseo. Y así la vida no es un triste rebotar y deslizarse hacia la muerte, sino un camino dramático que avanza hacia una meta de plenitud.
Amigos míos, salís hoy de una Escuela, de un lugar que ha sido creado para educar en el deseo de la Verdad sobre vosotros mismos y sobre el mundo. También la Universidad fue creada en la lejana Edad Media para eso, aunque muchos lo hayan olvidado ahora. Os deseo que no silenciéis vuestro deseo, que no cerréis los ojos a la realidad, que no frenéis el camino de vuestra razón que busca en todo el último porqué. Os deseo que encontréis maestros cuya humanidad suponga para vosotros un parangón, y amigos que os corrijan y acompañen, que os mantengan despierta el hambre y la sed del corazón. Ojala sepáis siempre que pertenecéis a un lugar en el que se os quiere y afirma por lo que sois, por el valor infinito de vuestra vida. Os deseo que podáis afirmar dentro de unos años que la edad adulta es el cumplimiento de los deseos (verdaderos) de la juventud. Gracias, enhorabuena.
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