Un cielo azul poblado de estrellas. Es lo primero que llamó la atención de Marcelo Cesena, pianista de fama internacional, al entrar en la Capilla de los Scrovegni. Esa noche el artista brasileño volvería a estar bajo esa bóveda para presentar su último trabajo, el concierto para piano inspirado en los frescos del Giotto.
Brasileño, pero con base operativa en Hollywood, Cesena ha compuesto bandas sonoras para varias películas y ha actuado en toda Europa y América. Tocó en la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro y llegó hasta Padua por su amistad con Filippo Stoppa, joven arquitecto que le dio a conocer los frescos del maestro florentino.
¿Es la primera vez que se inspira en una obra de arte? Sí. Normalmente, para mi música, me fío de lo que sucede. Historias inspiradas en mi historia. Son melodías que cuentan lo que me pasa, a mí, a mis amigos... Siempre están ligadas a un momento especialmente humano para mí. Esta es la primera vez que parto de otra cosa.
¿A qué frescos están unidas sus canciones? El concierto está compuesto en total por doce piezas. La primera, la que da el La, está dedicada al "techo" de la capilla. A ese cielo azul de Giotto. Le siguen otras once canciones, que recorren la afirmación de la Salvación, tal como él la imaginó. Especialmente el Magnificat, dedicado a las historias de la Virgen que ocupan la pared norte y el arco triunfal. Y una sonata que retoma el beso de Judas. Mirando ese freso, me ha impactado la misericordia en la mirada de Jesús: esa es la parte más importante, no la traición. Luego hay dos piezas dedicadas a la muerte en Cruz y a la Resurrección, y un Dies irae, dedicado al día del Juicio universal. Una pieza que me gusta mucho es la Huida a Egipto. Cuando María y José se ven obligados a escapar de las persecuciones de Herodes. Es un tema particularmente actual este de la huida.
¿Por qué dedica la apertura a la bóveda? La bóveda es espectacular. Toda azul, solo con estrellas. Inmediatamente reclamó toda mi atención. Al escribir la música me di cuenta de que el cielo de Giotto me ayudaba a descubrir mi cielo. Para él, esas luces eran personas reales, los santos, a los que miraba buscando ejemplo y consuelo. Entender esto me ha hecho preguntarme: «¿A quién miro yo con este estupor?». Cuando elevo mis ojos a lo alto, pienso en la grandiosidad del universo y de la creación, y me sorprendo siempre por el hecho de que los hombres son los únicos seres que sienten la necesidad de preguntarse: «¿Quién soy? ¿Cuál es el sentido de toda esta belleza?». Una bóveda estrellada abre preguntas así de grandes. A veces, como un niño, me dan ganas de tocarlas para ver qué son. Pero he comprendido que la única manera de llegar a las estrellas es que sean ellas las que vengan a nosotros. Esta es la mayor analogía con la encarnación. Lo entendí mirando a Giotto. Es una belleza que también lleva dentro una promesa: las estrellas vienen a nosotros para darse a conocer. La promesa es la encarnación. El azul del cielo lo une todo: la bóveda, las paredes, los frescos. En las estrellas hay una promesa que toma carne en la vida de Jesús y de María.
¿Cree que ha conseguido transportar la belleza de los frescos del Giotto a la música? Esta respuesta se la dejo a los que la escuchen. Yo, seguramente, desde la primera vez que entré en la capilla de los Scrovegni, me enamoré de él. Para hacer mejor mi trabajo he vuelto muchas veces a ponerme delante de su arte. Veo muy claro que para pintar como él pintó hace falta estar enamorado de ese acontecimiento, de lo que suscita en nuestra vida. Giotto me ha ayudado a mirar de manera diferente. Los Evangelios han inspirado mucho arte. Desde hace dos mil años, todos cuentan los mismos hechos, y cada vez los cuentan de un modo nuevo y fascinante. Escribir esta música ha sido una aventura preciosa.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón