El viejo marinero ha vuelto a hacerse a la mar. A decir verdad, esta vez entre las paredes del estudio de grabación de su hijo y no a través del océano, como hizo en un tiempo. Cerca ya de los 73 años de edad y con toda una serie de achaques, la decisión es comprensible. Pero quizá haya que ir con un poco de orden.
Hablamos de David Crosby, uno de los grandes de la llamada Costa Oeste que levantaba pasiones en los años 70 y que actualmente está tomada a manos llenas por decenas de bandas juveniles. Sin embargo, su carrera de más de cincuenta años empezó en 1964 con los Byrds, que cosecharon una serie de éxitos, gracias en parte a una conseguida portada “psicodélica” con Mr. Tambourine Man de Dylan. En 1968 llegó el encuentro con Stephen Stills y Graham Nash que les llevará a la increíble experiencia de los Crosby, Stills & Nash. Tras el gran éxito del primer álbum del super-trío, Crosby perdió en un accidente de tráfico a su amadísima novia, Christine Hinton. El dolor fue inmenso y acentuó su refugio en las drogas y el alcohol. Graham Nash decidió acompañarle en un viaje en barca durante varios meses y compartir su dolor, plantando así la semilla de una amistad que mantendrá (incluso económicamente) a David durante los frecuentes altibajos de su vida. Crosby destilará esta pérdida idealizando a Christine como una nueva Ginebra e inmortalizándola en su canción más lograda y evocativa, Guinnevere, incluida en el álbum Dejà vu de Crosby Stills Nash & Young, poco después de que este último se uniera al trío.
De 1971 data su primer y visionario álbum como solista, If I Could Only Remember My Name. La de David Crosby ha sido una vida problemática, rica artísticamente pero muy ligada a la fiebre del oro, entre finales de los 60 y mediados de los 70, cuando él y sus socios escribieron y produjeron canciones inmortales. Humanamente ha pasado por la disolución, con las drogas, la enfermedad, un trasplante de hígado, la cárcel, un hijo entregado en adopción y reencontrado treinta años después, un hermano que se suicidó por desesperación, y finalmente un equilibrio recuperado gracias a una nueva y estable historia de amor. Así, cincuenta años después de su debut, David Crosby vuelve a ponerse manos a la obra para dar forma a este trabajo, que ya desde el título inspira una cierta familiaridad. Croz, el nickname, el apodo con que le conocen sus amigos más íntimos. Y para realizarlo, Crosby ha elegido el pequeño estudio doméstico de su hijo natural James Raymond, con el que colabora desde los primeros años 90.
El mero hecho de que un artista, a los 72 años, vuelva a ponerse en discusión y produzca un nuevo trabajo es ya algo notable. El trabajo, además, es de gran espesor y riqueza, con textos profundos, música bien hecha y unos arreglos estupendos. Con un par de invitados de lujo, Mark Knopfler en el tema de apertura, What’s Broken y el trompetista Wynton Marsalis, que nos regala un fantástico solo en uno de los mejores temas del álbum, la melancólica Holding On To Nothing. Una canción extremadamente poética que habla del tiempo que pasa sin dejar nada y que termina con una especie de definición de sí mismo: «Todas las fotos que miro me sonríen, pero hoy soy una persona nueva, no sé mucho, sólo voy y vengo, un extraño que está de paso».
La misma cuestión que reaparece en el precioso blues de Slice of Time, una rebanada de tiempo. La voz está intacta, como si el tiempo no hubiera pasado, incluso mejorada con los años. Lleva en sí la conciencia y el peso de una vida vivida peligrosamente, pero todavía se mantiene alta y convincente, muy bien acompañada por los arreglos instrumentales y vocales coordinados por su hijo James Raymond.
Como siempre, la producción de Crosby se expresa en dos modalidades distintas, la más pública, que llamaríamos “política” en un sentido amplio, y la más íntima y soñadora. También aquí encontramos canciones de sello público (Time I Have o Set The Baggage Down, por ejemplo, o la invocación a la fraternidad de Radio), pero seguramente las pertenecientes a la otra categoría son las más inspiradas y convincentes.
Terminamos mencionando otras dos. Sobre todo, Morning Falling, que habla de un futuro en declive, por tanto un tema público, pero acompañado por un arreglo verdaderamente conseguido, donde su hijo James Raymond muestra todas sus dotes. Pero la verdadera punta de diamante tal vez sea If She Called, donde Crosby entra en los pensamientos más íntimos de un grupo de prostitutas que observa en la calle desde la ventana de un hotel durante una gira por Alemania. Él, el estandarte del sexo libre y en grupo (contado en una canción que en su época causó un gran escándalo, Triad, de 1967) se encuentra verificando la disolución de la nada.
Como ha señalado David Fricke en Rolling Stone, la utopía del amor libre ha dado un vuelco porque ha ido mal. En esta canción, retomando el mismo arpegio guitarrero de Guinnevere, Crosby narra con voz límpida y sufrida la destrucción y la mercantilización incluso del amor puro y virginal, intentando imaginar los pensamientos de esas chicas, preguntándose dónde estarán sus padres y, como dice el título, qué sucedería si una de ellas le llamara, If she called…
Gesto valiente el de reconocer un fracaso, y también valiente el dejarse acompañar en este tema sólo por una guitarra eléctrica, que hace aún más auténtico el grito de este gran artista. «Ella sueña, ¿acaso no soñamos todos? Un lugar, una calle, un tema recurrente. Ella recuerda un tiempo en que el amor estaba vivo, pero ahora se pierde entre el ruido de los coches, desde primera hora de la mañana, en la ciudad. El ruido del rugido matutino de los coches». No es sólo la ciudad con su ruido de coches; es el viejo león que aún no ha dejado de rugir.
David Crosby
Croz
Blue Castle Records – 2014
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