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MUSICA

Stravinski y Rachmaninov: un único punto de fuga

Andrea Milanesi
21/05/2012
La portada del cd.
La portada del cd.

Nacido en Moscú en 1952 de padres caucasianos, el director Valery Gergiev es hoy el zar indiscutible de la música rusa. Al frente de los profesores del Teatro Mariinsky de San Petersburgo (antiguo Kirov, que dirige desde 1988) y de la laureada Orquesta Sinfónica de Londres (de la que fue designado director principal en 2007), se ha desarrollado con el tiempo como un verdadero rey Midas, capaz de transformar en puro arte todo aquello que llega a tocar con su incansable y apasionada actividad de promotor cultural.
Su gran talla de maestro absoluto – potente, con autoridad y autoritario – se refleja continuamente en su dedicación y en la profundidad de pensamiento con la que afronta, de forma especial, las piedras angulares del gran repertorio ruso del siglo XIX y siglo XX; música sinfónica, ópera y ballets constituyen el campo de juego natural sobre el que Gergiev lanza sus legendarios desafíos interpretativos.
En su último proyecto discográfico, por ejemplo, ha optado por asociarse a dos páginas aparentemente irreconciliables, que constituyen de algún modo la síntesis estilística de toda la obra de dos grandes compositores "exiliados", pero realmente ligados – aunque de maneras diferentes – a la vida musical de su patria.
Las Danzas Sinfónicas de Sergei Rachmaninov (1873-1943) y la Sinfonía en Tres Movimientos de Igor Stravinsky (1882-1971) se complementan entre sí y suponen en realidad abrir la escucha al contraste de horizontes compositivos y mundos sonoros por los que todo concurre, pero localizando un único y compartido punto de fuga, independiente de la distancia de los mundos artísticos de referencia, de la variedad de formas o de la diversidad del lenguaje utilizado.
Por un lado, el predominio de la riqueza melódica y la textura armónica que marca a fuego las Danzas (última obra del catálogo de Rachmaninov, terminada en 1941), y por el otro el dominio absoluto del elemento rítmico que se impone como nexo de unión entre los movimientos de la Sinfonía de Stravinsky (escrita entre 1942 y 1945), representando la viva expresión de un sentimiento común: la necesidad de liberar una urgencia comunicadora que nace desde lo más profundo del corazón; una pregunta abierta de frente a la realidad, en la que reverbera la fascinación de una gran tradición, que penetra sus raíces en el ritmo y en la melodía que han acompañado, durante siglos, la historia del pueblo ruso. Y todo esto, Valery Gergiev lo sabe muy bien.

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