Existen muchísimas orquestas en el mundo. Pero, bien mirado, ésta tiene algo verdaderamente increíble. Sus miembros proceden de cinco naciones diferentes, tienen entre diez y veinte años, interpretan a Mendelssohn, Grieg, Dvorák, pero también saben manejarse con músicas latinas o con los clásicos de los Blues Brothers. Y además, cantan, siempre cantan. En alemán, ruso, italiano, español, polaco... sin olvidar el gospel y los cantos alpinos.
Estamos hablando del IMF (International Musical Friendship), una experiencia de música y amistad unidas que este verano ha cumplido su edición número diecinueve en Limburg (Alemania).
Técnicamente, se trata de unas vacaciones de estudio en las que participan un centenar de jóvenes músicos. Pero esa explicación no basta para entender bien de qué se trata. «Es que explicar qué es esto sin audio es un poco complicado...», dice Tommaso, que viene de Cremona con una veintena de chavales. «Sería necesario ver y oír el milagro que aquí acontece: tú llegas, te encuentras tocando junto a un chico ruso o una chica alemana y, de forma increíble, lección tras lección, día tras día, ves cómo florece la belleza en una pieza».
«La música para nosotros es la puerta de la amistad», cuenta Dasha, una guitarrista rusa de dieciséis años. Junto a ella está Karolina, de diecinueve, con un talento formidable para el violín: «Lo que más me impresiona es la certeza de esta amistad. Sólo nos vemos unos pocos días al año pero, después de la muerte de mi maestro Tomasz y otras dificultades que hemos tenido que afrontar en Polonia, cada vez se me hace más evidente que puedo fiarme de estos amigos. La certeza que tengo de nuestra unidad me parece impresionante».
Al oírles hablar y mirarles a los ojos, se hace sencillo entender que no están exagerando, sino que su alegría desbordante se debe a una experiencia que les ha cambiado. Y lo mismo sucede con los profesores, que este año son quince. En varios idiomas, discuten sobre las piezas y el nivel de los chicos, pero sobre todo llama la atención su manera de estar juntos. Por ejemplo, la noche que se reúnen en torno a la mesa, con un par de ordenadores de los que hacen brotar las partituras, entre vasos de cerveza y vodka, mientras un poco más allá Giovanni e Alfredo, como buenos italianos, cortan el salami que han traído de casa. Todos son músicos que trabajan en escuelas de música repartidas por Europa. Silvya viene de Letonia con varios alumnos, Galina trae a una decena de chavales desde Rusia... «Yo vengo de Macerata con una docena», dice Mirthe, una pianista holandesa con marcado acento italiano. Cristoph y Katy son los anfitriones en la edición de este año, celebrada en la Musikschule de Limburg.
Markus, violonchelista y director de una escuela de música en Baviera, es uno de los tres amigos que empezaron con esto. «En 1993, por la relación con un músico italiano y otro polaco, nació la idea de invitar a alumnos y compañeros a pasar juntos unos días para profundizar en nuestra pasión por la música. Encuentro tras encuentro, esta experiencia fue creciendo y tomando una forma cada vez más concreta». Las cifras hablan por sí solas: una decena de escuelas de cinco países distintos, y más de sesenta conciertos por toda Europa. «Hemos conocido a más de mil chavales. Algunos se han convertido en grandes músicos, otros han seguido otros caminos, pero todos han quedado profundamente marcados por la experiencia que les hemos propuesto».
Giovanni, profesor de tromba en Cremona, es uno de aquellos chavales del principio: «En el año 2000, me fui con dos compañeros del conservatorio, en un viaje de más de mil kilómetros, a Swidnica, en Polonia. Yo me imaginaba que sería uno de los muchos cursos a los que ya había ido, pero me quedé sorprendido. Había niños, jóvenes y sobre todo adultos que se dedicaban a la música con una intensidad impresionante, ¡como si estuviera en juego su vida! Hasta entonces, había conocido a personas que vivían para la música, a grandes profesionales con poca humanidad. Allí, sin embargo, encontré a grandes músicos que vivían su humanidad hasta el fondo. Así que me dije: yo también quiero vivir así. No quiero una vida sacrificada por la música, sino que la música sea mi gran oportunidad para vivir plenamente».
La última noche, después de una fiesta con varias familias de los chavales, alrededor de la mesa de los profesores domina una sola palabra traducida en varias lenguas: «¡Gracias!». ¿De dónde nace todo esto? «Somos un grupo de músicos que se dedican a la enseñanza y que se han hecho amigos porque comparten la misma pasión por la belleza», continúa Giovanni. Entre los profesores, hay católicos, ortodoxos, protestantes, historias muy diferentes unas de otras. Y sin embargo, al terminar la jornada, todos los docentes rezan juntos el Padre nuestro, cada uno en su idioma pero juntos, igual que una orquesta en la que cada uno toca su instrumento pero todos dan vida a la obra del mismo compositor. Un espectáculo de unidad. «Sólo a partir de quien vive la experiencia cristiana y la propone de un modo sencillo e integral es posible un espectáculo así», explica Markus.
No por casualidad, al final de cada día y de cada concierto, cantan delante de todos elNon nobis: en esta experiencia, el director de orquesta es Él.
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