Los factores que determinan nuestra vida pueden estar en juego en momentos aparentemente poco importantes. Ojalá consiguiéramos vivirlos conscientes de la importancia que tienen. Esta experiencia empieza con un gesto imperceptible, sumergido en la monotonía del día a día.
Todo empieza con el regalo de un amigo. Un simple regalo. Sin nada que esperar de vuelta. Para mí, la verdad, eso era nuevo. No se trataba de nada muy valioso a simple vista o de alguna cosa que inmediatamente me hiciera feliz. Era algo para leer, para pensar, para juzgar, para descubrir, para afianzar y hasta para aprender a amar. Era un libro. Pero ese libro se convertiría en un diario que explicaba mi vida y me explicaba lo que me pasaba.
¿Cómo puede ser que un libro sea tu propio diario, pensaba yo? Parecía que me hablaba a mí, parecía que estaba hecho para mí. Al principio, cuando empecé a leer, me desanimé. Me leía un capítulo (de apenas tres páginas) y no entendía la mayoría de cosas. Necesitaba leérmelo otra vez para entender lo que decía, y aun así, me costaba. Hablaba de temas que yo desconocía, de cosas que me superaban. Me he visto con la necesidad de escribir porque no quiero olvidar, no quiero perder lo que ha ido surgiendo en mí al leer ese libro.
Me lo entregaron a finales de junio del año pasado y hace unos días que lo he terminado. Tiene apenas 130 páginas, pero no he sido capaz de terminarlo antes. A veces por miedo a leer algún fragmento que me hiciera descubrir algo para lo que aún no estuviera preparado. Otras, por la impotencia de ver que Simón podía percibir una belleza tan grande y no saber apreciarla.
He aprendido dos cosas: la primera, que me gustaría poder vivir todo como cuando te das cuenta de que esos pequeños gestos de tu vida son los que le dan sentido. En segundo lugar, me gustaría valorar cada día la Escuela de comunidad y nuestra compañía. No se trata de dar con una solución a todos nuestros problemas, sino de seguir para aprender a ver el mundo de una forma nueva. Sé, por propia experiencia, que estas palabras no son fáciles de comprender cuando te despiertas a las siete de la mañana para emprender tu día de estudio, pero todos sabemos que ese mal humor de las mañanas no tiene la última palabra. De ahí algunas de las cosas que más me han impresionado leyendo:
1) «Simón vio que el hombre le miraba más a él que a su hermano. Nunca había visto un rostro tan bello. Un rostro triste y alegre al mismo tiempo. Simón sintió que le invadía una dulzura inmensa, hasta el punto de que se olvidó de todo, de todo lo que le irritaba cada día: la barca, los peces, la pesca, el mar, su hermano, su mujer, su suegra. No existía nada más que ese rostro».
2) «¿Era posible que, gracias a ese prodigio, el brusco Simón encontrara de nuevo el rostro de su infancia? Solo cuando sintió un extraño nudo en la garganta, se dio cuenta de que el hombre misterioso estaba cambiando su corazón».
Cuando leí esto dos veces me quedé asombrado, no por haber descubierto a Jesús, ni mucho menos. Sino por el mismo personaje de Simón. Es una imagen de nosotros cuando descubrimos algo verdaderamente sorprendente, pero sin embargo nuestra posición es la típica de “esto no va conmigo”. Somos capaces de rechazar una cosa por un sentimiento de desgana o de miedo a descubrir. ¿Cuántas veces hemos tratado mal a una persona porque no te ha ido bien otra cosa? ¿Cuántas veces no hemos querido mirar las cosas por orgullo o por intuir que te sale a la luz un dolor? Todos queremos encontrar la verdad. No obstante, en el momento que se nos presenta a menudo somos capaces de negarla o rechazarla.
Ojalá pueda dejar este libro a otra persona y poder ver en ella lo que yo experimenté cuando, con mucha inteligencia, mi amigo me lo regalo a mí.
P. Mauro G. Lepori
Simón, llamado Pedro
Ediciones Encuentro, Madrid 2016
pp. 132– 11.50 €
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