El Papa Francisco ha dicho que la misericordia es «el mensaje más contundente del Señor». Y lo asumió como tema central de su pontificado. Desde el momento en que fue elegido, el Papa proclama el valor liberador de ese gesto de Dios, que carga sobre sí nuestra miseria y lo señala como medida de comportamiento en la relación del hombre con el hombre, del hombre con la creación y de los pueblos entre sí. De la misma manera lo entiende el Papa Benedicto, quien afirma que la misericordia es «la única verdadera y última reacción eficaz contra el poder del mal».
«Solo allí donde hay misericordia termina la crueldad, termina el mal y la violencia», dijo el Papa emérito en un diálogo con su entrevistador, el jesuita belga Jacques Servais, y agregó que consideraba un verdadero «signo de los tiempos» el hecho de que la idea de la misericordia de Dios sea cada vez más central y dominante, a partir de sor Faustina, cuyas visiones en diversos modos reflejan en profundidad la imagen de Dios propia del hombre actual y su deseo de la bondad divina. Y el Papa Juan Pablo II estaba profundamente impregnado de ese impulso, aunque este no siempre se expresaba de manera explícita.
¿Qué quiere decir que la misericordia es lo único que realmente puede vencer el mal y hacerlo retroceder?
Cuando Zaqueo declara que quiere devolver aquello de lo que se ha apropiado injustamente y quiere entregarle cuatro veces más al que de alguna manera hubiera sufrido un daño por su comportamiento, realiza una acción relevante desde el punto de vista social. Cumple no solo un acto de justicia reparadora porque admite que sus riquezas no son totalmente legítimas, sino que también usa una medida distinta de justicia. «La misericordia es lo que nos mueve hacia Dios, mientras que la justicia nos da miedo», observó Benedicto XVI con agudeza. Por eso el Papa Francisco puede decir que «el perdón es la base de cualquier proyecto de sociedad futura más justa y solidaria». El perdón acerca y hace sentir al otro como próximo, unido de alguna manera a mí; vale decir que hace posible una solidaridad que de otra manera sería muy difícil.
Allí donde hay misericordia hay rechazo del egoísmo, de la afirmación de uno mismo, hay una barrera contra la propagación de la intolerancia y de la violencia, pero también hay un principio activo de reconciliación. La misericordia acepta que no soy yo, sino que es otro el principio que ordena el mundo. La misericordia comienza con Dios que hace ser al hombre y tiene misericordia de él, y sigue con el hombre que imita el comportamiento del Señor porque experimenta en sí mismo sus beneficios, incluso en su vida colectiva, organizada en sociedad. En este sentido la misericordia es una actitud profundamente social. Es suficiente repasar el Padre Nuestro para ver que toda la oración de Jesús está marcada por ese pedido de que venga un reino de entendimiento, de paz, de diálogo y de comprensión.
En estos tiempos difíciles a escala planetaria hemos podido ver en los hechos concretos, incluso de una manera espectacular, los beneficios sociales de la búsqueda de un entendimiento tal como lo concibe el Papa. En el plano internacional hemos visto muros de enemistad consolidados durante décadas y que parecían inamovibles, como el caso de Estados Unidos y Cuba; hemos visto cómo se disolvían y se abrían perspectivas nuevas de colaboración y de desarrollo. También a nivel ecuménico, entendimiento, paz, diálogo y comprensión han permitido dar pasos hacia delante que fueron impensables durante siglos, como tanto lo deseaba san Leopoldo Mandic, ya que con los ortodoxos se ha podido suscribir una importantísima declaración conjunta.
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