Va al contenido

RESEÑAS

Nueva novela de Jiménez Lozano

Felipe Hernández
21/06/2016

Poco antes de la televisión y de los móviles fue el cine, y mucho antes de este el teatro, el circo o los títeres. En el agro, las urbes y el orbe estos últimos no han podido competir con las sombras inmensas que levantan el poder y el dinero, mortales para este arte y sus artistas.

José Jiménez Lozano acaba de publicar un relato con el título de Se llamaba Carolina en el que encaja un drama dentro de una novela. La trama de la novela es la vida de un pueblo del que el autor nos dice que estaba en la Castilla de la meseta y era muy frío, pero de cuyo nombre no quiere acordarse. Ello no obstante, los olores y sabores, los decires y contares, los velados paisajes y celajes, en una palabra, el humus todo del sitio no parece muy alejado del de la Moraña abulense que vio nacer al autor. A ese pueblo grande o ciudad venida a menos llegaban antaño, de vez en cuando, cómicos de la legua con sus carromatos o camiones; los vecinos los recibían con regocijo y los ayudaban a montar y representar sus espectáculos.

Una compañía anuncia su llegada al pueblo para poner en escena Hamlet, Príncipe de Dinamarca precisamente el Miércoles de Ceniza, cuando nunca allí se habían hecho comedias en cuaresma excepto en tiempos de la República. La vida del pueblo se trastoca y un narrador adolescente, casi un niño, relata cómo los vecinos se disponen a hacer de extras e incluso de actores y actrices, porque media compañía ha tenido que quedarse con el camión averiado a ochenta kilómetros de la localidad y no es seguro que puedan llegar a tiempo.

Sobre la representación del drama de Shakespeare planea la mala sombra de la guerra civil española, así como los desastres de esta, los dramas reales y los problemas de convivencia de los pueblos castellanos en la posguerra, vividos por la gente sencilla y sencillamente presentados por los ojos de un niño, el narrador, que construye una especie de crónica con lo que pasa desde que los cómicos anuncian su llegada al pueblo hasta que se sustancia la representación. Es una historia que escribe para recordar el tiempo en que conoció a Carolina, su maestra (que hace de Ofelia en el drama), para, pasado el tiempo, enviársela a esta, de la que sigue enamorado.

Alejo, a quien su hermano mayor, Esteban, ha quitado la novia en la guerra civil, quiere hacer de Hamlet, aunque al final tendrá que conformarse con el papel de enterrador. «Cuando hay una guerra civil de estas guerras civiles españolas, que son la peor peste del mundo, no acaba hasta cien años después de cuando parece que acaba, y a lo mejor se ha preparado otros cien años antes de que comience, y mejor era estar sordo y mudo en todo ese tiempo y ciento cincuenta años más, antes y después», dice una especie de prócer de la localidad de apellido Gorostiza, y «precisamente porque se han visto tantos horrores, es por lo que necesitamos ver cosas hermosas para consolarnos y darnos alegría», contesta una mujer embelesada como cuando era niña.

La guerra civil en la novela es el pasado que no termina de pasar porque siempre, entonces como ahora, hay gente muy interesada en que no pase. Un tema cuando menos escabroso para un autor que ha declarado más de una vez que su familia le educó en una cosa importante: la repugnancia ante toda violencia, incluida la violencia de un portazo.

Al final se declara el amor entre la protagonista, Carolina, maestra de profesión y actriz de vocación, y el jovencísimo narrador del relato, cuyo nombre se omite también deliberadamente. Ese amor que es «fuego escondido, agradable llaga, sabroso veneno, dulce amargura, delectable dolencia, alegre tormento, dulce herida y blanda muerte», como dice Petrarca por boca de la Celestina.

Entre esos tres mundos (Hamlet, la vida del pueblo y el recuerdo de la guerra civil) se produce una especie de simbiosis en la que el autor se desenvuelve con singular maestría y el placer de la lectura está asegurado. Algunos lectores quizá solo vean aquí paraísos ya definitivamente perdidos o reminiscencias de la edad de la inocencia, «algo así como relámpagos y fulguraciones, personas y lugares dibujados con mayor o menor claridad». Pero a otros el relato acaso les sirva también para, además de pasar un buen rato, «poner a tono esos huesos inmortales del alma que nunca terminan de encajar del todo, y de ahí nacen el amor y la melancolía», según se dice en la última página de la novela. Amor y esplín que no son sino trasunto de lo eterno en el hombre, destellos de los más verdadero, bueno y bonito que hay en él.

Otras noticias

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página