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RESEÑAS

Adviento en la montaña

Felipe Hernández
30/11/2015

Ediciones Encuentro publica en estas fechas una novela que Gunnar Gunnarson escribió en islandés (1936) y que tiene el curioso título de Adviento en la montaña. El primer domingo del Año Litúrgico, Benedikt, el protagonista, sube a las montañas de Islandia para tratar de recuperar las ovejas que no pudieron recogerse al final del verano porque estaban extraviadas. Este pobre hombre, que no es más que un criado que trabaja en las granjas por la comida y un par de prendas de ropa usada, ha de devolver los animales a sus dueños, y repite esta buena acción desde hace 27 años porque, como el Buen Pastor del Evangelio, no puede hacerse a la idea de que aquellos pobres animales, criaturas de Dios como él, mueran a consecuencia de las tormentas de nieve. Pero en su peligrosa ascensión a la alta montaña no está solo, le acompañan un perro muy listo (León) y un carnero adalid eficiente como ninguno para conducir a las ovejas (Recio). Los tres semejan una especie de Trinidad tan acostumbrada a trabajar en común que entre ellos no hace falta que medien palabras.

A lo largo de las cuatro semanas del Adviento, bajo los rigores de un invierno madrugador y sin otro alimento que carne ahumada y café; en medio de un entorno tan adversamente gélido que desde la primera página hace tiritar al lector de frío o de pavor, los dos animales parecen con frecuencia tan humanos como el hombre, mero animal guía: «Una de las obligaciones del hombre, acaso la única, es buscar la fortuna en la adversidad, perseverar, enfrentarse incluso a la muerte si fuera necesario, abrirse camino y llegar hasta su corazón». No rendirse ni ante el aguijón de la muerte, por afilado que sea, esa es la tarea esencial del hombre.

Este pequeño relato desvela más sobre la búsqueda interior de uno mismo que sobre la búsqueda exterior de las ovejas. Es tanto una escalada casi mística a las alturas de las montañas islandesas en busca de ovejas descarriadas, como descenso a las profundidades del alma para encontrarse consigo mismo: un buen compañero para el tiempo fuerte del Adviento, que para los cristianos es una pequeña cuaresma, no mero tiempo de paciencia muelle, sino de espera impaciente, arriesgada y penitente, atenta y vigilante del que viene a nosotros desde lo alto pero está también más dentro de nosotros que nosotros mismos. La figura más impresionante del tiempo de Adviento cristiano es Juan Bautista; el protagonista islandés de este Adviento en la montaña es el viejo Benedikt. Desde el tórrido desierto de Judea el uno y desde las heladoras montañas de Islandia el otro, ambos nos están señalando con su dedo índice quién es el Dios-Hombre a seguir en todo tiempo y lugar. ¡Benedictus qui venit in nomine domini!

El Dios que queremos vuelva a nacer en nosotros en Navidad tiene la delicadeza de aparcar su poder a las puertas del mundo y no nacer a lo grande, en sitio confortable, como los ricos, sino en un pesebre, como si fuera un pobre de solemnidad. Este Dios que siendo Dios tiene la bondad de nacer y hacerse hombre no es un Dios meramente humanista, pero tampoco es un Dios tan desmesuradamente deísta como a veces se nos quiere hacer creer. No es desde luego el Dios de los filósofos, pues ni el primer motor, ni la causa primera, ni el fin último podrían nacer o perecer, como ocurre con el del Evangelio, que nace y muere como cualquier humana criatura. Por lo demás, como dijo Silesio, «aunque Cristo nazca mil o diez mil veces en Belén, de nada te valdrá si no nace por lo menos una vez en tu corazón».

Adviento en la montaña
Gunnar Gunnarsson
112 páginas
12 €

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