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RESEÑAS

De lo más profundo y de lo más humano

Carmen Pérez
19/05/2015

En el mejor sentido de la palabra, siento a Fabrice Hadjadj como un “provocador”, como alguien que me sacude de mi rutina, que me ayuda a reconocer las realidades más necesarias para el ser humano, a ser consciente de los anhelos auténticos de mi corazón y mi razón. Por eso no me ha extrañado la segunda parte del título de su libro: ¿Qué es una familia? La trascendencia en paños menores (Y otras consideraciones ultrasexistas).

Un provocador decía. Para él es un hecho que la familia no puede ser el “hogar cerrado” sino la “institución anarquista por excelencia”. Es anterior al Estado y a las ideologías. La familia de la que habla, como él mismo dice en el prólogo: «no tiene nada de ideal. No es un remanso de paz. Y, si no llega del todo a confundirse con un campo de batalla, es porque lleva consigo un campo de labranza, en el que, por estar convertida en arado, la espada desgarra menos el suelo. Y si no se transforma en casa de locos es porque está en el fundamento tanto de lo político como de lo religioso y, por consiguiente, está expuesta sin cesar a todos los debates correspondientes».

Es de lo más profundo y de lo más humano su sentido de la familia, su sentido de la trascendencia en paños menores, o sea, «lo propio de la sexualidad, su originalidad primordial, es decir, lo que nos vuelve hacia lo original y nos regala formar con él un nuevo origen, es vincular a seres incomparables. El hombre y la mujer poseen por igual la naturaleza humana, y en eso son semejantes, pero cada uno de ellos la lleva a su perfección por camino diferentes, y esa disimilitud es de lo más sorprendente, porque se presenta en la igualdad misma, desarrolla una distinción en la unidad, despliega una alteridad personal en la identidad de naturalezas». Se ve lo que en la relación es la palabra, el pensamiento, la dimensión indisociable de amor, la necesidad de dar gracias por la presencia del otro.

En cada uno de los capítulos, nos abre un horizonte en el que nos parece que ya podemos quedarnos para reconocer lo que realmente es la familia, por ejemplo en el de la “tableta electrónica” y la “mesa familiar”. Lo virtual domina a lo carnal, olvidamos la familia que nos fundamenta, no sabemos reunir a las generaciones alrededor de una mesa para comer juntos. «¿Quién puede hoy heredar con alegría la vieja mesa de un bisabuelo? En lugar de eso, vamos a la tienda Apple a agenciarnos la última tableta con obsolescencia programada», o sea, con la determinación de un producto que pronto es inútil, obsoleto, inservible.

El capítulo “Hacer nacer, figuras del alumbramiento, de la mayéutica a Matríx” es para leerlo y releerlo. Además de la enorme cultura que tiene, del conocimiento, en este caso concreto de la filosofía griega, de lo que realmente es la “mayéutica”, como llegada a la verdad, como llamada a ser uno mismo, a sentirlo, tenga la vocación que tenga, y sea cual sea su “llamada a la vida”: «Nací, es el enunciado más verdadero y más paradójico; y el modelo sin ninguna duda de toda certeza… nuestro nacimiento escapa a nosotros mismos más que nuestra muerte». Realmente hay verdadera, auténtica humanidad donde haya un “hacer nacer”. ¡Y, cuántas formas de “hacer nacer” hay! Lo recién nacido a la vida, a lo que tiene sentido y da sentido, es más reciente que cualquier novedad.

¿Cómo no sentir en este libro la gracia de la adopción filial? ¿Hay algo más importante en la vida que haber nacido para ser hijos de Dios, creados y redimidos por Él? Creados por Dios, hechos enteramente por Él y la redención nos da algo totalmente nuevo, impensable, incalculable, inmedible: la adopción divina. Poder decir con toda nuestra condición humana: “Padre nuestro”. Por eso recuerda el autor a Tomás de Aquino: «En la adopción divina hay algo más que en la adopción humana. Dios al adoptar a un hombre lo hace capaz, por el don de la gracia, de percibir la herencia eterna».

En María, la nueva Eva, se ve lo que Dios quiere del hombre, de la familia cristiana, del ser humano. En el milagro central de la Encarnación del Verbo se ve «que la sangre es vida, y que la vida no nos pertenece, que es misterio en su fuente y en su desembocadura, y que nosotros no podríamos tener el poder total sobre ella más que destruyéndola».
No podemos reducir el misterio. «La providencia es más grande que nuestros planes. Y Cristo no nos pone como ejemplo la flor que crece en un invernadero cerrado sino el lirio de los campos».

Me gustan los libros de este escritor convertido que viene, desde Nietzsche, desde el nihilismo, a su encuentro con Cristo. Y dentro de todo esto que estamos tratando, ¡qué maravillosa su manera de leer lo que ocurrió el 22 de octubre del año 451! ¡Fíjense de qué siglo hablamos! Y a todo lo que ha dado lugar esa fecha, que es una de las más decisivas.
Me refiero a lo que ocurrió en el Concilio de Calcedonia, la fecha en que se explicita la profesión de fe, fundamental en el cristianismo, de Nicea y de Constantinopla. Y esta profesión de fe es la afirmación de que Cristo no se fracciona ni divide en dos personas, sino que es un solo mismo Hijo, único engendrado, Dios Verbo, Señor Jesucristo, según lo que, desde hace mucho tiempo, los profetas enseñaron acerca de él, lo que Jesucristo mismo nos ha enseñado y lo que el Símbolo de los padres nos ha transmitido. O sea lo que se proclama en la fe en Jesucristo con todas sus consecuencias.

Es que la lectura de Fabrice Hadjadj nos habla del “principio nupcial”, del casamiento, la boda. ¡Cómo se siente lo natural y lo sobrenatural, lo creado y lo redimido cuando explica que la naturaleza humana y la naturaleza divina están unidas en la persona del Verbo sin confusión ni separación! No solo es que ambas estén intactas, sin disminución, ni desnaturalización de ninguna otra clase, sino que cada una contribuye a la excelencia de la otra. ¡Es maravilloso lo que pueden reconocer nuestra razón y nuestro corazón! Los hombres podemos abrirnos al gran misterio en el que nos va la vida, literalmente la vida: creemos en el Verbo que es tanto más divino cuando se encarna; creemos en Jesús que es tanto más humano por ser también Dios.

Desde este punto de vista, la profesión de fe del Concilio Calcedoniano, nos pone de manifiesto un principio nupcial, porque la unión de las naturalezas humana y divina en la única persona de Cristo encuentra su primer símbolo en el abrazo conyugal del hombre y la mujer. ¡Qué perspectiva tiene todo desde la fe! ¡Cómo se enriquece y se potencia toda la realidad de lo creado y de lo humano! ¡Cómo se abre y ensancha todo el horizonte! La fidelidad, el amor, la gratuidad, la gratitud, el respeto, todo lo que engrandece la relación humana de hombre y mujer, de padre y madre, de hijos, de familia, cobra su dimensión trascendente, remite a Dios, al Creador, al Redentor: creo en Dios Padre.
Es lo que dice S. Pablo cuando habla del matrimonio: «por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es este, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia». Las nupcias del hombre y de la mujer en la habitación común remiten a las nupcias de la divinidad y la humanidad en el Verbo hecho carne. Tampoco en este caso una absorbe a la otra, sino que en la relación, se realza su identidad: la mujer es tanto más femenina por unirse al hombre y, por unirse a la mujer, el hombre es tanto más viril. Nada es contrario en la naturaleza. La identidad de uno potencia la belleza de lo otro. En esta unidad de las dos naturalezas en el Verbo, se ve como se potencia la excelencia de los distintos aspectos también en el ser humano: hemos sido redimidos por Él.

Sí, todo resulta inimaginable para las medidas de un hombre que no se abre a la revelación de Dios, al hecho de que Jesucristo es la gran realidad de la creación, y de la historia. La fe, el creer en un Dios personal que establece una relación personal y plena con el hombre, lo transforma todo, llena de vida y de sentido todo. Desde el abrazo nupcial, la auténtica forma de vivir la sexualidad, o de consagrarla, hasta las dificultades de la vida diaria, las contrariedades y sufrimientos. Y desde Él, desde Jesucristo con su doble naturaleza divina y humana, todo cobra una nueva dimensión, como es en este caso el matrimonio, la familia y la virginidad por el reino de los cielos. Todo son tiempos de la misma partitura hecha por Dios.

Cristo no es solo hombre, ni solo Dios, ni semihombre, ni semidios. Se romperían las nupcias de lo verdadero, de lo bueno, de la vida. El mensaje es divino, lo es. Como es divino y humano lo que vivimos en los sacramentos, en las señales exteriores que Jesucristo nos dejó de este principio nupcial que se pone de manifiesto en toda la vida. Otra dimensión más de lo absurdo del dualismo en la vida. Tenemos apoyos como Fabrice Hadjadj para gozar de la luz de Jesucristo y vivir plenamente nuestro camino humano.

Fabrice Hadjadj
¿Qué es una familia?
Nuevo Inicio, Granada 2015
pp. 210 – 16,00 €

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