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RESEÑAS

Guiados, sostenidos y corregidos por el rostro de los santos

Michele De Petri
22/04/2014
Juan Pablo II en Polonia.
Juan Pablo II en Polonia.

«¿Qué es una canonización en la Iglesia? ¿Quién es un santo?». Estas son las preguntas que planteó el cardenal Angelo Scola durante la presentación en la Universidad Católica de Milán del libro Ho vissuto con un santo (He vivido con un santo), el libro entrevista del vaticanista Gian Franco Svidercoschi al cardenal Stanislaw Dziwisz, histórico secretario personal y amigo de Juan Pablo II.
En la mesa, junto al autor y al arzobispo de Milán se sentaban Lorenzo Ornaghi, ex rector de la Católica, su sucesor, Franco Anelli, Luigi Geninazzi, periodista de Avvenire enviado a Polonia durante los años del Papa Wojtyla, y Maria Bocci, profesora de Historia contemporánea.

Abrió el encuentro el rector Anelli, presentando los aspectos más destacables de la figura de Juan Pablo II: «Ha sido el primer santo de la actualidad y de los medios de comunicación de masas: pudo acercarse a la gente gracias a ellos, pero no fue un producto generado por ellos».

Precisamente la omnipresencia de la comunicación durante el pontificado de Juan Pablo II hace que Geninazzi plantee una pregunta que suena un tanto provocadora: «¿Todavía queda algo que decir de Juan Pablo II?». En su opinión, sí, «no sólo y no tanto para admirarlo por todo lo que hizo, sino para preguntarnos por qué lo hizo», como dijo el propio Papa polaco: «Siempre tratan de entenderme desde fuera, pero sólo me pueden entender desde dentro». Sin esta perspectiva, según el periodista, tampoco se puede entender su carácter «cordial, profético e irónico». Como cuando, durante su segunda visita a Polonia en 1983, mientras seguía vigente la ley marcial, hablando de la vocación a los jóvenes en el palacio episcopal de Cracovia, bromeó sobre el régimen: «Todos tienen una vocación. También estos policías uniformados que tenemos aquí delante. Todos. También los policías sin uniforme, que están allí al fondo, ellos también tienen una vocación». «Gracias a él, la gente de la Polonia soviética reía y disfrutaba. Ya era libre», señaló Geninazzi: «Wojtyla no fue un Papa político. Liberó a Polonia distanciándola del régimen y reivindicándola para Cristo, gracias a una energía que brotaba porque estaba conquistado por una presencia, por una unión íntima con Dios: era un contemplativo en acción». Un ejemplo de esa potencia pudo verse en las imágenes de archivo del video preparado para la ocasión por la Universidad, donde se describían las visitas del pontífice al Policlínico Gemelli de Roma el día después de su elección y a la sede milanesa de la Universidad el 22 de mayo de 1983. Las imágenes de los claustros llenos de estudiantes y del Papa que pasaba bendiciendo y saludando a la multitud entre cantos populares polacos y bufandas de Solidarnosc dan idea de lo que indicaba Geninazzi.

La relación entre el Papa polaco y el ateneo de los católicos italianos ha sido objeto de investigación para Maria Bocci entre documentos de archivo y discursos, donde ha encontrado a «un maestro para la Universidad Católica que abrió una brecha que permitía redescubrir la identidad y el objetivo de este ateneo». Una relación que se remonta a 1958 y que se fue haciendo más sólida con el paso de los veinte años siguientes, gracias sobre todo al director administrativo de la Universidad, Giancarlo Brasca, definido como «el amigo italiano del Papa» por los periódicos el día de su elección. Un momento decisivo fue la visita de Wojtyla en 1977 a la sede milanesa, cuando pronunció un discurso a los alumnos, cuyo texto inédito fue hallado para la ocasión por la profesora Bocci. El futuro Papa comparó la situación polaca con la italiana: para los católicos italianos existían aún muchos canales de afirmación y de presencia en la sociedad, como las asociaciones y los partidos, pero la falta de estos en Polonia hacía que fuera más radical la opción entre la fe y su negación, porque «quien elige la fe en Polonia no prospera». «Un discurso que hizo descubrir a los presentes una experiencia de fe radical y que tenía que ver con todo», afirmó la profesora. Después de su elección, los discursos y documentos dirigidos al mundo académico fueron muchos y proporcionaron una «orientación firme a la comunidad universitaria», recordando a los ateneos católicos cuál era su propia identidad.

Scola en su intervención también arrojó luz sobre una relación, en este caso la suya, con Juan Pablo II, no tanto la pasada sino la presente: «Lo que veremos el próximo mes es una pro-vocación. Canonización deriva del griego canon, que significa bastón sobre el que apoyarse, regla con la que medir, y en la tradición judeo-cristiana, regla de vida. Es una llamada a interrogarnos sobre qué significa ser cristianos hoy. En el santo se reconoce que Jesucristo en persona ha actuado en la vida del que es canonizado. Por eso retorna a mi corazón una tensión a la santidad que trata de compararse con aquella tensión llena de paz que caracteriza a este gran hombre». Que nos enseña que «la causa del Evangelio está estrechamente ligada a la causa del hombre, y que la Iglesia no existe para sí misma sino para la misión: debe transparentar a Cristo, en toda su realización, también en la universidad». En esto Juan Pablo II fue, según Scola, un auténtico ejemplo: «Lo que más llamaba la atención en él era su absoluta transparencia, gracias a la cual se veía que la suya era ante todo y estructuralmente una relación con Dios».

Una relación que es motor y fruto de un proceso de simplificación, explicó el arzobispo: «Simplificación de la vida. Hay que quitar lo que está en exceso, como decía Miguel Ángel: obtener la forma del bloque indeterminado de mármol. Pero hay que tener en mente cuál es esa forma: ahí están entonces los santos». Se puede aprender así un modo de vida: «Como dice la Didaché: “Buscad cada día el rostro de los santos y hallad consuelo en sus palabras”. Ellos te guían, sostienen y, cuando es necesario, corrigen en los pasos de tu camino».

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