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RESEÑAS

¿Cómo hablar de Dios hoy? Anti-manual de Evangelización

Juan Luis Barge
27/01/2014 - Un libro de Fabrice Hadjadj que al leerlo es como un fuego purificador, como una inmersión bautismal. Perdérselo sería un pecado.

Hay que agradecer a la editorial Nuevo Inicio el haber puesto a disposición del lector español este nuevo libro de Fabrice Hadjadj, del que ya la misma editorial nos ha regalado algunas obras estupendas.
Este libro que tenemos entre las manos nace de la reelaboración de la transcripción de una conferencia que el autor pronunció en la Asamblea del Pontificio Consejo para los Laicos por invitación de su presidente, el Cardenal Stanislav Rylko. El mismo autor subraya el origen de este libro, resaltando la dificultad que implica pasar del oral al escrito, perdiendo la inmediatez del primero. Y sin embargo, el libro transpira en todas sus páginas frescura comunicativa, con ese mismo estilo provocador de sus otros libros.

Hadjadj parte de la pregunta que se le plantea como tema para su disertación: ¿Cómo hablar de Dios hoy? Y desde la primera página nos adentramos con él en una experiencia de lectura sorprendente, gustosa, llena de una más que saludable ironía, con desafiantes imágenes y contrastes, provocando al lector – originalmente a quienes lo escuchaban – a confrontarse constantemente con los pasos que se suceden vertiginosos, desnudando uno tras otro los callejones sin salida y quitando capa tras capa de nuestros hábitos de pensamiento para llegar a lo esencial.
En un mundo que abusa de las palabras hasta vaciarlas de sentido, el hablar de Dios supone un desafío. Pero de Dios como palabra común nuestro mundo también ha abusado hasta desfigurar por completo su significado. No sabemos hablar de Dios porque hablamos demasiado, pero no sabemos lo que decimos. Y por eso no nos entendemos. Quizás nunca ha sido tan apropiado observar los Mandamientos y no tomar el nombre de Dios en vano, es decir, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, «este mandamiento prescribe respetar el nombre del Señor» (Catecismo 2142). Y hoy, cuando el significado de esta palabra ha desaparecido hay que respetar mucho el nombre de Dios. Para ello Hadjadj nos propone ir «a la fuente de las cosas, (…) acogerlas en su frescura y acompañarlas en su impulso». Para que en las cosas, en medio de las cosas, dentro de las cosas – que no son simples cosas, sino criaturas – podamos decir una palabra sobre ellas no vacía, podamos hablar de ellas de verdad sin callar su fuente. Hablar de las cosas bien, porque entonces aprenderemos a hablar de Dios bien. Hay que cuidarse muy mucho con llenarse la boca de Dios porque seguramente estamos siendo logorreicos y con nuestras palabras no estamos diciendo nada ni de Dios ni de la vida. Tenemos un problema; hablamos pero no sabemos hablar.

Hadjadj nos desafía para que vayamos hasta la fuente misma de las cosas. En archê ên o Logos. Una Palabra en el origen. «Palabra es el nombre del Hijo que revela al Padre en el Espíritu». Una Palabra que no decimos nosotros, y eso nos pone a escuchar antes que a hablar. «La Palabra ha creado la palabra». Y una palabra que no nace de acoger, contemplar, meditar se convierte rápido en parloteo. En nuestra sociedad de la comunicación cada vez decimos menos palabras de verdad y tenemos menos que decirnos. Ir a la fuente de las cosas para aprender a nombrarlas, a llamarlas y llamar – vocare en latín – las cosas por su nombre. La palabra revela la vocación de cada ser. Eso es hablar bien. Y ese hablar bien, nos dice Hadjadj con ejemplos estimulantes y metáforas sabrosas, se cumple en la oración y en el canto. «Hablar sin tender al canto no llega a ser hablar, porque en ese caso no se llama a las cosas de un modo que delimite el misterio de su presencia. Hablar sin tender a la oración no llega a ser hablar, porque en ese caso no se llama a las cosas de un modo que las arranque de la amenaza de la nada». Y la oración y el canto no son adornos yuxtapuestos sino que nacen desde la palabra misma, porque la palabra no hace otra cosa que llamar a las cosas por su nombre.

El libro tiene un capítulo precioso, quizás el más interesante, dedicado a Dios y al prójimo y a la dificultad, toda de nuestros tiempos modernos, de la dialéctica con que vivimos la relación con ambos. Es el riesgo de una fe desencarnada, que lleva dentro una fractura, donde la referencia a los demás queda como buena intención o como moralismo sofocante. «Hablar de Dios es indisociablemente amar a aquel al que hablamos, porque es reverberar la palabra que le da la existencia y que, por tanto, desea infinitamente que él exista». «Por tanto sólo se le puede hablar de Dios a alguien si, primeramente, el que habla ha experimentado la maravilla, si no de la presencia del otro ante Dios, de su presencia en Dios, sea pagano o ateo, oso en tutú o insoportable supporter. Sólo se le puede llamar a adorar en la luz si el que llama es capaz de reconocer cómo el otro adora ya en la oscuridad». Ni moralistas que condenan ni tampoco conquistadores triunfalistas, sino en el corazón del enemigo. Porque el corazón del otro es el gran aliado de Dios y de quien habla de Dios. Un corazón creado, hecho por Dios y para Dios y no por mí y para mí. El corazón del otro es siempre amigo de quien habla de la vida y de su fuente. Hay en el origen una alianza secreta. Aquí no hay lugar para la ideología, ni para la intrusión, ni para las lecciones por muy evangélicamente revestidas que las presentemos.

Si se puede hablar de Dios y no ser necesariamente ateo o fundamentalista, ni terminar tampoco como ese payaso incomprendido al que hace referencia Ratzinger en su Introducción al cristianismo y del que se hace eco Hadjadj. Eso pasa por un hablar de persona a persona donde los rostros son más importantes que las ideas y ningún razonamiento general puede alcanzar el acontecimiento del misterio de Jesús y donde el hablar se hace testimonio que es parte de una cadena ininterrumpida de transmisión a través de personas-testigos. Lo esencial no está entonces en el mensaje que hay que transmitir sino en una comunión de personas. El hablar se convierte en callar. Porque comunión es comunidad pero a la vez eucaristía. No se habla con la boca llena. Pero es entonces ese silencio se vuelve palabra elocuente de una presencia que nos toca todos los días y que nos constituye en comunión viviente «pensante, danzante, hospitalaria».

Nuestros hermanos los hombres de nuestro tiempo solo oirán la Palabra de Dios si ven esa comunión imposible. «Donde el filósofo judío se siente íntimamente próximo a la mujer de la limpieza portuguesa, donde el ingeniero de minas intenta igualar el feliz fervor del niño trisómico, donde el fariseo se reencuentra con el publicano y la prostituta en un mismo arrepentimiento». Un atractivo irresistible. El atractivo de una palabra viviente compartida y no la de una palabra sobre Dios que llega a ser aburrida. Tan atractiva, tan irresistible que como «no pueden cosernos la boca, intentarán cosernos a nosotros mismos. Por eso, con un poco de suerte, nos darán muerte. El lenguaje de la Cruz habrá alcanzado en ese momento su máxima eficacia, pues, a pesar de ellos, nuestros verdugos acabarán de conformarnos a la Palabra crucificada…».
Un libro este de Fabrice Hadjadj que al leerlo es como un fuego purificador, como una inmersión bautismal. Perdérselo sería un pecado.

Fabrice Hadjadj
¿Cómo hablar de Dios hoy? Anti-manual de Evangelización
(Traducción de Sebastian Montiel)
Nuevo Inicio, Diciembre 2013
pp. 172 – 16,00 €

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