«Si no podemos ofrecer nada mejor al mundo que nuestros cuerpos redimidos, será demasiado poco»: así escribe Etty Hillesum a sus hermanas en diciembre de 1942, como se puede leer en sus cartas publicadas en el libro El corazón pensante de los barracones: cartas. A primera vista, la frase parece desconcertante si pensamos dónde fue escrita; pero, para poder hacer una afirmación así, algo tiene que haber sucedido. Algo cuyo rastro se puede percibir en el libro como el lento pero inexorable hacer del Misterio: hay una «gracia» que vale más que la vida, dice un salmo.
«No es todo verdaderamente tan fácil y nosotros los judíos somos los que lo tenemos menos fácil todavía, pero aun así si no podemos ofrecer nada mejor al mundo indigente y de post-guerra que nuestros cuerpos redimidos a costa de lo que sea y no un significado nuevo extraído del fondo de nuestras penurias y de nuestra desesperación, será demasiado poco»; ante «acontecimientos inexplicables», sólo un significado nuevo puede permitir a una «vida aplastada» dar un paso adelante. A menudo, Hillesum oye repetir en los campos de concentración: «no queremos pensar, no queremos sentir, es mejor embrutecerse ante toda esta miseria»; como si el dolor no formara parte de la existencia humana. La tentación de no pensar es comprensible cuando se «ponen a prueba… valores humanos fundamentales» y resulta difícil dar una explicación al dolor. Como si la explicación pudiera eliminarlo como si fuera una varita mágica. Pero Hillesum no renuncia: la exigencia de comprender lo absurdo del mal no le da tregua. En otra carta escribe: «Si en estos tiempos no te derrumbas de desolación y si, por otro lado, no te vuelves, a fuerza de autodefensa, dura y cínica o te resignas, entonces tienes todavía alguna posibilidad de ser más sensible, tierna y comprensiva, y capaz de amar a un semejante».
Continúa con una afirmación que da vértigo, casi parece una blasfemia: «Esta articulación del tiempo, tal y como la experimentamos, la puedo acarrear muy bien sobre mis espaldas sin sucumbir por ello bajo su peso. Y puedo incluso perdonar a Dios que eso sea así, que seguro que es como ha de ser. ¡Que alguien tenga tanto amor dentro de sí como para perdonar a Dios!».
Etty Hillesum
El corazón pensante de los barracones: cartas
Anthropos
pp. 166
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