«Cuando el alma ya es carne / cuando se vive desnudo, / todo el afuera es la propia hondura, / desde cada otro / se escucha el propio latido»: el poeta argentino Hugo Mújica describe así el retorno a la condición original del hombre.
Los suyos son poemas breves, donde sin embargo, cada palabra tiene una densidad que obliga a pararse y pensar, a desbrozar los pensamientos superfluos para dejar espacio a las pocas grandes cosas: el ser, el existir, el escuchar. Si Aristóteles definía al hombre como «un animal que habla», Mújica, con la intuición penetrante típica de los verdaderos poetas, sostiene que la función más original del hombre es el silencio, porque antes de hablar se escucha. La escucha permite entrar en la realidad, permite al alma ser carnal: «Cuando el alma cabe por dentro / es que aún no es alma / es que aún no es de carne»: bastan tres versos para hacer saltar por los aires mucha pedagogía y catequesis introspectiva, y focalizar en qué consiste el trabajo sobre uno mismo: una atención a la realidad que hace que el alma se haga de carne. «Conocernos es una entrega, / no un saberse, / es soltarnos / y descubrir que no nos hundimos, / que estuvimos siempre / sostenidos».
«Cuando llegue a estar vacío / cerraré la puerta y arrojaré / la llave; / sí, / hay que arrojarse afuera / como una ofrenda sin retorno», porque al final no habrá un fin sino una donación.
Y siempre después el viento
Hugo Mújica
Visor Libros
pp. 76
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