De un mal nunca se puede llegar a un bien. En la novela, reiterada sentencia, lamento como de un constante coro, de la tragedia del hombre bueno, persiguiendo continuamente su bien y continuamente errando. La novela es la historia de un laberinto que convierte una vida de pícaro en protagonista de una novela negra. Juan Manuel de Prada ha escrito, en la primera parte de su libro, la fractura literariamente más brillante que se ha publicado en España desde Delibes.
Prada consigue sinestesias. Las páginas de su Madrid de posguerra tienen olores que nos hacen viajar, olores de colores y letras, una sonoridad como de organillo literario sorprendiendo con inesperadas notas y epigramas. Ya sólo esta inmersión literaria en el tiempo y el espacio de su primera parte de tragedia vale la pena; un recreo. Porque después viene la tragedia. Acaba mal la historia, de excelente talla cinematográfica: trenes, batallas, amores y sexo, fugas y muertes. Y la tragedia la dibuja Prada, quizá imperceptiblemente, con un elemento: la suplantación.
La historia es una personalidad cambiada en la guerra; meterse en los zapatos de un muerto para esconder un crimen y vivir la vida de una forma nueva. Meridiano. Pero la auténtica suplantación es la del deseo del protagonista; Antonio engaña a los demás con unos papeles, pero sobre todo se engaña a sí mismo con sentimientos. Sentimientos que echan la razón y el corazón, en una permanente dimisión de humanidad. Prada lo tiene claro: “la naturaleza caída”. Lo tiene muy claro en su prognosis, pero no en la salvación. Porque Prada intenta continuamente lanzar cables de salvación, pero son cables de reglas morales, como ignorando, sus personajes, que la estética precede a la ética con el deseo del Bien. Y que de un mal no se puede llegar a un bien, pero que es muchas veces desde la experiencia del mal donde empieza un camino de humanidad y reconocimiento. El gran olvido del protagonista y su drama es algo que su otra personalidad, la “sustituida”, le recuerda, como experiencia de su fe, y nunca tendrá presente: los hombres podemos nacer de nuevo, ¿lo recuerdas?
Prada empieza muy alto el listón del lenguaje introduciendo la historia. Al llegar la segunda, en un sórdido ambiente que podría haber sido escenario para un Faulkner castellano, los diálogos se aceleran y la profundidad es el humo de una novela negra, muy perfectamente negra. Una ocasión también para lograr el drama sórdido con la esperanza de Flannery O’ Connor. Algo que seguramente veremos en un Prada más humanista en futuras novelas: estamos quizá en su primera novela de madurez literaria, que llegará a lejanos Planetas, más interesantes que el que le lanzó con su premio.
Me hallará la muerte
Juan Manuel de Prada
Editorial Destino. 2012.
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