Encerrada en una minúscula celda sin ventana, espiada por una cámara, con un camastro como único mobiliario, un agujero en la tierra para sus necesidades y la sola compañía de insectos vive una mujer pakistaní. Cada hora que pasa es una angustia, cada sonido no identificado una amenaza que podría acabar con su cuerpo colgado de una soga. Ella es Asia Bibi, una joven madre católica, la primera mujer condenada a la pena capital por blasfema.
Desde el fondo de su prisión en Sheikhupura, desde el fondo de su alma, Asia Bibi nos lanza un grito de miedo, un grito de angustia, un grito que pide justicia y misericordia, porque sabe que no ha hecho nada, aunque empieza a entender que quizás su condena le ha venido simplemente por haber nacido cristiana en Pakistán.
En este país rige desde 1989 una terrible ley de la blasfemia, impulsada y reforzada por los sectores radicales islámicos. En virtud de esta ley, que cada año se cobra multitud de víctimas, cualquier musulmán puede acusar a otra persona de cualquier religión por haber blasfemado contra Alá, Mahoma o el Corán. Basta su testimonio para llevar a juicio a otra persona. La utilización bastarda de esta ley supone que vecinos o parientes enemistados consigan deshacerse unos de otros, pero ciertamente en el caso de los cristianos, supone inevitablemente dos condenas terribles: la condena social y religiosa de las autoridades musulmanas y consecuentemente de toda la comunidad, y la condena, normalmente a prisión, impuesta por los Tribunales. Precisamente por la primera de ellas, muchos de los acusados por blasfemia acaban siendo linchados o asesinados en las calles, cuando no en las propias cárceles.
Asia Bibi ha comprendido que ser cristiano en Pakistán no es simplemente ser un ciudadano de “segunda clase” sino que es algo peor, es ser un “impuro”, que constantemente mancha y mancilla con sus manos, sus palabras y su forma de vida la limpieza del credo musulmán. Ella repasa su vida y nos cuenta que «siempre respetó al Profeta», «me gusta escuchar por la mañana el canto del almuecín que llama a la oración a los musulmanes, me gusta ser acunada por las aleyas del Corán». Tiene amigos musulmanes y fue educada en el respeto a las otras religiones.
Ashiq, su marido, fabrica ladrillos, uno de los trabajos más duros que ocupa a muchas familias cristianas. Asia ha trabajado como servicio doméstico para una rica familia musulmana y ocasionalmente trabaja en el campo para conseguir un dinero extra con el que mantener a los cinco dones con que Dios les ha premiado. En su humilde casa no hay agua potable pero se consideran privilegiados por tener electricidad. No se quejan de nada y dan gracias a Dios cada día por haberse casado por amor y poder extenderlo a sus hijos. Ahora, una marca indeleble ha sido estampada sobre ella y por ende sobre su familia. No entienden por qué los hombres utilizan la excusa de la religión para hacer el mal, pero el odio y el fanatismo atenazan los corazones de los hombres y son capaces de crear prisiones donde no sólo se encierra a sus víctimas sino también a ellos mismos y a toda dignidad del ser humano.
Para Asia Bibi es descorazonador que las dos personas más importantes que han querido ayudarla hayan sido vilmente asesinadas. Una era musulmana: Salman Taseer, gobernador del Pendjab, y el otro católico: Shahbaz Bhatti, ministro para las minorías religiosas. Ambos eran dos hombres honestos, sabedores de que Pakistán no es un país auténticamente libre mientras mantenga en vigor la Ley de la blasfemia. Su valentía les llevó a la muerte. Disparados por el odio, seguro que ahora comparten un mismo cielo, abrazados por un Dios Padre que les acoge sin distinciones.
Una madre se deshace de dolor por no poder ver a su marido y a sus hijos. No entiende pero acepta. Sólo le queda confiar en Dios, extinguirse cada minuto que pasa entre cuatro paredes asfixiantes y rezarle a la Virgen María una plegaria que corre libre, una oración que nadie puede apresar: «Santa María, madre de Jesús, te ofrezco mis oraciones y sufrimientos. Dame la fuerza de hacer bien lo que tú me demandes. Guarda y protege a mis niños, mi familia. Haz que permanezcamos unidos bajo tu protección. Ayúdanos en esta mala hora. Bendícenos y acompáñanos hasta que nos encontremos en el cielo junto a ti. Amén».
Javier Menéndez Ros es director de Ayuda a la Iglesia Necesitada en España
Asia Bibi
(con Anne –Isabelle Tollet)
¡Sacadme de aquí!
(Traducción de Luis Antequera)
Libros Libres, Madrid 2012
pp. 150 – 18.00 €
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón