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RESEÑAS

El maestro y Margarita

Giovanna Parravicini
20/02/2012

La novela de Bulgakov sorprendió a los lectores rusos de los años 60 y 70 por la desacralización de la mitología soviética y la fuerza religiosa que poseía, pero también por la «herejía» en su acercamiento al cristianismo. En el debate que siguió a su publicación, en los círculos del samizdat, participaron famosos pensadores, disidentes y escritores cristianos como Anatolij Levitin-Krasnov, Aleksandr Solženicyn y el padre Aleksandr Men.
Este último, entonces un joven y desconocido cura de provincias, tanto en su vida personal como en su trabajo pastoral, volvía a hacer brillar, tras décadas de asfixia, la grandeza de la razón humana –una razón que reconoce en todas partes las huellas de una Presencia capaz de saciar la sed de felicidad y de infinito en todo hombre. Sería precisamente esto lo que le haría fascinante a los ojos de miles, millones de personas, mientras la ideología soviética anunciaba triunfal un progreso construido sobre la reducción de la persona humana. Tal vez por eso alguien armó la mano de quien le quitó la vida el 9 de septiembre de 1990. La contemporaneidad de Cristo permitía al padre Aleksandr valorar todos los aspectos de la cultura humana, captar el soplo del Espíritu en cada cosa. Por ejemplo, releer en ardiente clave religiosa El maestro y Margarita. Porque, como decía con convicción, «todo lo que es bello viene de Dios. El hombre puede no reconocerlo, puede permanecer ateo, pero si crea algo bello, es un don de Dios, un don de Dios ofrecido de forma anónima... Podemos estar seguros de que todo lo que hay de perfecto y espléndido en la naturaleza y en el arte pasará al Reino de Dios, donde la belleza y la armonía se afirmarán plenamente».
En febrero de 1971, ante el desconcierto de sus interlocutores, que veían escandalizados en el Jeshua Ha-Nozri de la novela a un personaje demasiado alejado del Cristo histórico, el padre Aleksandr propone algunas claves interpretativas que conservan una gran actualidad y que expresan, más allá de su fina sensibilidad artística, interrogantes cruciales y dramáticos de la humanidad contemporánea.
Un primer nivel que él identifica es el fundamento bíblico: «Esta novela es como el Libro del Génesis. El Creador, naturalmente, está presente por doquier. No hay lugar del universo donde no esté su Presencia. Allí donde Él no está, está el no ser. Pero para que el espíritu humano se desarrolle, son necesarias “crisis” particulares, que en la tradición bíblica se identifican con la fórmula “El Señor ha visitado”. Pensándolo bien, estas palabras son antropomorfas, es decir, asumen una configuración humana. ¿Qué significa “ha visitado”? Se trata, naturalmente, de una imagen. Significa que Él nos pone delante de una determinada prueba. La historia de Abraham y los tres peregrinos es la historia de una Visita misteriosa. Dios ha venido para verificar en qué estado se encuentra el mundo, en este caso las ciudades de Sodoma y Gomorra. El autor bíblico no era tan ingenuo como para pensar que Dios no viera desde lo alto lo que estaba sucediendo en esas abominables ciudades y lo que hacían los sodomitas. Se trata sobre todo de una crisis, una prueba, Dios llama a la puerta y solicita al hombre: precisamente aquí tienen su inicio todos los relatos que tienen como objeto una visita milagrosa. El maestro y Margarita también es un libro sobre una visita milagrosa. Alguien viene enviado de otro mundo para poner a prueba a la ciudad de Moscú. Emerge a partir de ahí el retrato de la ciudad, un retrato nada unívoco, donde hay sitio para el amor de Margarita, el drama de Ivan Bezdomnyj, la tragedia del maestro, la infamia de Aloisij Mogaric... es decir, están presentes todos los registros de la vida».
El tema, por tanto, es la llamada divina a la puerta del hombre y la respuesta de este último, siempre indecisa y frágil. En este sentido, el gran protagonista de la novela, según el padre Aleksandr, no es Cristo sino Pilato, porque «a Bulgakov le interesaba sobre todo la cuestión del hombre “que se lava las manos”: un tema inmenso y trágico en todo el siglo XX. Nunca hasta ahora esta ocupación tan inofensiva había tenido un carácter tan funesto y unas dimensiones planetarias tan amplias. Incluso el maestro es, a su modo, una suerte de Pilato». Pero Bulgakov no elige esta perspectiva principalmente para señalar con el dedo y condenar al culpable, sino que más bien, «identificándose con él», prosigue el padre Men «trata, si no de justificar de algún modo ese “lavarse las manos”, al menos iluminar toda la tragedia que encierra este gesto y los tormentos que sufren aquellos que lo realizan. El escritor lo compadece y le desea la paz: la paz de los remordimientos de conciencia... Sería mucho peor si se pusiera a denunciar el “pilatismo” y a amenazar con castigos celestes a aquellos “que se lavan las manos”. Sin embargo, Bulgakov quiere mirar a estas personas hasta el fondo, como solo Dios es capaz de ver al hombre, y ser misericordioso con ellos, como lo es Dios».
El horror llega a su culmen en el vacío de un sacrificio, de un Gólgota sin Dios. Esto es lo que hace que la vida de los personajes de la novela se impregne de un terror que inevitablemente está destinado a crecer. Un terror cargante se insinúa lentamente por todas partes: en todas las almas y en cada página de la novela. Espías, denuncias, traiciones, cobardía... En El maestro y Margarita se habla de los diversos estadios de terror por los que el hombre puede atravesar. Por ejemplo, cuando el maestro cuenta al poeta Ivan Bezdomnyj lo que había sentido al ser atacado en la prensa: «…los artículos no cesaban. De los primeros, me reía. Pero cuantos más aparecían, más cambiaba mi estado de ánimo. El segundo estadio fue el estupor. En cada línea de aquellos artículos había algo falso, a pesar de su tono amenazante. Me parecía que los autores de aquellos artículos decían cosas distintas de las que querían decir, y que eso les enfurecía. Luego llegó el tercer estadio, el del miedo; no de las recensiones, sino de otras cosas que no tenían nada que ver con los artículos, ni con la novela. Así, por ejemplo, empecé a tener miedo de la oscuridad. En resumen, era la primera fase de la enfermedad psíquica. Me parecía, especialmente cuando iba a dormir, como si un pulpo sinuoso y frío me aferrase con sus tentáculos el corazón. Y tenía que dormir con la luz encendida».
El recomponerse de la unidad en la novela, y en el corazón del homobre –observa de nuevo el padre Aleksandr–, pasa sin embargo a través de la obstinada e inexorable reaparición de la presencia divina en el corazón de este infierno, del Gólgota que es el Moscú de los años 30, «con las torres que se elevan en los monasterios y el sol que atraviesa sus ventanas», simbolizando soberanamente, a los ojos de todos los intelectuales pero también de todos los moscovitas capaces de pensar, un Gólgota más real que los tranvías y negocios de divisas para extranjeros... Un Gólgota en el que Dios espera al hombre y lo restituye a sí mismo.

El maestro y Margarita, de Mijail Bulgakov
(Traducción de Amaya Lacasa Sancha)
Alianza, Madrid 2012 pp. 528 – 10 €

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