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RESEÑAS

Don Giussani. Fe y amistad

Carmen Giussani
21/06/2010

En palabras de Julián Carrón, que prologa este libro, las cartas de don Giussani a Angelo Majo son «un pequeño tesoro, porque constituyen un testimonio único del recorrido personal de su autor en unos años que van a resultar decisivos y de los que no se poseen otras referencias». Además presentan «algunas de las insistencias que caracterizarán al enérgico fundador de Comunión y Liberación».
Ante todo el descubrimiento de la amistad como un don vocacional, que nos introduce en el misterio de Cristo. Amistad, por tanto, preferencia: un misterio en el que don Giussani no dejará de profundizar a lo largo de toda su vida.
Y ¿cuál es el contenido de esa preferencia y amistad? Carrón identifica lo esencial: «La pasión por Cristo y la mirada que esta pasión genera sobre todas las cosas. Estas cartas son una ejemplificación riquísima. En ellas ya encontramos esa mirada sobre la realidad cargada de asombro que será una de las constantes en la propuesta educativa de don Giussani».
Julián Carrón precisa que en estas cartas sobresale, por encima de cualquier otra cosa, una experiencia sorprendentemente adulta del Misterio del Ser: «Durante los estudios de teología yo sentía el ansia del apostolado, casi exclusivamente motivada –en el sentimiento– por la obsesión de la felicidad de los hombres. No me parecía que pudiese existir un porqué más concreto, más experimentable, más apasionado que éste. Y en cambio, hay “uno” más experimentable, más apasionado, porque es más universal incluso que todos los hombres juntos y, al mismo tiempo, más encarnado en nuestra personal individualidad. Universal, porque mayor que el universo; encarnado, porque amor personal y, por ello, completamente propio de nuestro ser individual. Y es el amor por Él, por su gloria. Por Él» (Carta 23, junio de 1948).
El libro se publica coincidiendo con la culminación del Año Sacerdotal: «no es posible olvidar que gran parte de esta correspondencia epistolar se produce entre un joven recién ordenado (1945) y un candidato al sacerdocio (que cantaría Misa en 1949). En estas cartas rezuma la conciencia del don recibido, de la naturaleza del sacerdocio ministerial y de su misión propia. Se trata de una conciencia que colma el corazón del joven sacerdote de gozo: “Y el gozo y la realidad mayor del sacerdote es ser uno con el “Amigo”, suyo por excelencia, más semejante e idéntico a Él que cualquier otro ser”» (Carta 15, 12 de diciembre de 1946).
Conducidos por la mano de Julián Carrón, podemos acercarnos ahora a la lectura en castellano de este “testimonio único”.

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