Durante una breve pero intensa visita a Moscú, el 17 de noviembre el cineasta belga Luc Dardenne pasó dos horas en el centro cultural Biblioteca del Espíritu, respondiendo a las preguntas de un numeroso y joven público. La ocasión del encuentro fue la publicación en ruso del libro Detrás de nuestras imágenes, un diario donde Luc anota el recorrido de su vida y de su creatividad cinematográfica entre los años 1991 y 2005 junto a su hermano Jean-Pierre, con el que ha trabajado toda su vida. Un texto que no estaba destinado a su publicación, sino que nació, a partir de un fracaso cinematográfico, del deseo de entender mejor el sentido del propio trabajo, de superar decepciones y estereotipos, como afirmó el cineasta: «En aquel momento decidimos que no volveríamos a hacer nada solo porque "todos lo hacen así". Empezamos a preguntarnos qué representa para nosotros el cine, a qué tenemos miedo, dónde queremos ir, qué nos interesa proponer y testimoniar con nuestras obras. Entre otras cosas, pudimos entender que un fracaso puede ser una suerte en la vida, porque te permite aprender».
¿Cuál es el principal interés del trabajo en el cine? En Luc Dardenne se hace evidente su firme compromiso civil, un sentido de responsabilidad que le llevó a compartir con sus oyentes moscovitas convicciones, decepciones y esperanzas. «Nunca he sido de la extrema izquierda, nunca he aceptado sus pretensiones totalitarias, en cambio creo en la posibilidad de una reforma democrática. No es tan fácil, sobre todo después de las recientes elecciones americanas, donde por desgracia el partido demócrata no apoyó la candidatura de Bernie Sanders, que en mi opinión era más acorde a las exigencias y aspiraciones de la sociedad. Pero hay algo que mi hermano y yo podemos hacer: comprometernos en el ámbito de la cultura, no entendida como erudición sino como educación. Tengo mucha fe en la educación, me parece fundamental. Por eso trabajamos de manera continuada en ámbitos escolares, con chavales, discutiendo sobre películas (no necesariamente solo las nuestras)».
Citando un pasaje del libro, el autor señaló que «el cine no es más que otra manera de hacernos preguntas sobre nuestro presente». De ahí el hilo conductor de la filmografía de los hermanos Dardenne: el punto de cruce entre la vida y sus preguntas, poniéndose en una posición de escucha que «trate de olvidar las ideas preconcebidas» -según otra expresión suya- para dejar espacio a los personajes y a sus historias. Por poner un ejemplo, es interesante la predilección de estos dos cineastas por los encuadres «pobres», a la espalda de sus protagonistas; la suya es una mirada que no quiere abusar de rostros y ojos, no quiere ser «invasivo» en el mundo del otro, que es irreducible al preconcepto que nosotros podamos tener.
Un tema central en las películas de los hermanos Dardenne es la «alteridad», que se expresa en personajes extranjeros, inadaptados, marginados, migrantes, y todo se juega en la posibilidad de instaurar un diálogo a campo abierto -análogamente a lo que sucede en el libro- entre dos directores, pero también entre ellos, los personajes y los espectadores. No en vano una de sus metáforas preferidas es el sacrificio de Isaac y la elección de Hamblet: dos «inocentes» ajenos a la «trama» de la historia en que se ven implicados, y que por ello tienen la posibilidad de formular preguntas que unen al cielo con la tierra, reconquistando así una auténtica estatura humana. Sin embargo, la novedad es posible en un mundo habitado por Dios que acompaña al hombre, es decir en el caso de Isaac, mientras que en el caso de Hamlet el «no ser» se convierte en la única alternativa, en la medida en que Dios parece haber sido expulsado de una historia habitada únicamente por objetivos de poder, de venganza o, como mucho, de una opinable «justicia moral».
¿Qué respuesta tiene, entonces, la pregunta por el significado tan intensamente reiterada en las obras de los hermanos Dardenne? «En nuestras películas, Dios no está, no hay personajes (a excepción del joven africano de Dos días, una noche) que eleven los ojos al cielo y reciten sus oraciones», afirma Luc Dardenne. «No soy creyente, aunque estoy convencido de que entre Dios, la justicia y la verdad hay un estrecho vínculo, pero -añade- veo que las religiones pueden volverse terriblemente peligrosas cuando adoptan una posición de poder, creyéndose dueñas de toda la verdad». «Claro que tengo esperanza», concluye: «Esperanza en la compasión, en la comprensión, en la ayuda mutua, cuando conseguimos ver en el otro a un amigo, captar su humanidad. Cuando eso sucede, descubrimos el sentido de la vida».
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