El primero de febrero de 1966 moría Buster Keaton en su habitación de Woodland Hills, California, poco después de haber terminado tranquilamente una partida de cartas con sus amigos, víctima de un cáncer de pulmón. Tenía setenta años, casi todos los pasó en el mundo del espectáculo y del cine. Sus datos biográficos nos hablan de un debut a los tres años, en 1899, sobre escenarios anónimos donde actuaban sus padres, actores de vodevil y propietarios de una compañía ambulante. Años muy alejados ya del actual imaginario colectivo, a caballo de los dos siglos anteriores al nuestro, donde el espectáculo popular y el entretenimiento artístico de variedades (así lo llamaban) estaba poblado de actores-personajes y géneros y temperamentos que ya no existen y que el público actual ni siquiera imagina.
Keaton, que se llamaba Joseph Frank, debe su afortunado sobrenombre al famoso ilusionista Harry Houdini, colaborador de su familia en aquellos años, extraordinariamente ricos en inventiva y en amor por la puesta en escena auténtica, esa que no se refiere a nada más que a sí misma. De la invención del siglo en este ámbito, es decir, del cine, Joseph Frank "Buster" Keaton llegará a ser uno de los primeros maestros, quizás el primer autor de verdad, en el sentido más completo del término.
Cuando sus actuaciones con la compañía familiar empiezan a ser conocidas por el público y la crítica, a mediados de los años 10, Buster empieza a buscar fortuna él solo. Gracias a su futura esposa, Natalie Talmadge, conoce al cómico Roscoe "Fatty" Arbuckle, muy famoso entonces. Junto a él, Keaton interpreta, entre los años 1918 y 19, una quincena de comedias afinando el arte de las acrobacias y adaptándolo al género cinematográfico, aprendiendo tiempos y modos del gag cómico visual, descubriendo al mismo tiempo las inmensas, peculiares y aún poco explotadas potencialidades de la máquina del cine.
El siguiente paso natural era convertirse en director de sus propias peripecias. Después de una breve interrupción de su carrera para cumplir el servicio militar en Francia (1919), Buster Keaton escribe, interpreta y dirige, entre 1920 y 1929, un total de 19 cortometrajes y 12 películas de metraje largo y medio. Estos films constituyen el corpus de su obra. En ella, como suele suceder en el cine cómico de la época, la lucha entre el hombre y los objetos sirve de motor para toda la acción. La narración se reduce al mínimo, y la historia casi no existe porque no es necesaria. Su cine es una danza abstracta de cuerpos y cosas en el espacio de la escena y en el tiempo cinematográfico. Y en medio de todo ello, su disfraz: impasible, metafísico, una mezcla de ineptitud material e inteligencia moral.
La mirada de su cine hacia las cosas resulta precisa, geométrica, en el límite entre lo abstracto y lo surrealista, por lo que fue muy querido por las vanguardias y los críticos de los Cahiers du Cinéma; una mirada que, rechazando el phatos que hace guiños al espectador, como en cambio sí hacía Chaplin, termina siendo trágica.
Entre sus cortos destaca Cops (1922), donde las persecuciones y las escenas de masas asumen una precisión y un dinamismo estático compuesto por líneas y espacios vacíos y llenos que serán la envidia de Kubrick, Tatì o Antonioni. Entre sus largos, merecen un puesto de honor Sherlock jr. (1924) y The Cameraman (1928), que contienen dos de las reflexiones más inteligentes sobre el cine y su lenguaje, muchos años antes de Hitchcock, Godard o el propio Woody Allen, que en su Rosa Púrpura del Cairo (1985) sigue punto por punto a este Sherlock jr.
La llegada del sonoro puso fin sustancialmente a la carrera del Keaton director. Su cine, hecho de dinámicas visuales casi abstractas, no sobrevivió a la invasión de la palabra, que integra y a veces llega a superponerse sobre la imagen. Como autor y productor no consiguió adaptarse a los nuevos medios y a los crecientes costes que el oficio del cine impuso, o no quiso hacerlo; o tal vez, más sencillamente, cuando llegó el sonoro él ya había agotado sus fuerzas, por la excesiva pasión creativa y la energía física que había derrochado en la década de oro de los años veinte.
Como quiera que fuese, Buster Keaton no desapareció del todo de escena. Trabajando para otros directores, apareció en muchas películas de los años 50 y 60 como icono del cine cómico clásico con su imperturbable imagen del "hombre que nunca se ríe". Es un placer recordarle junto a Charlie Chaplin en la secuencia que muestra la lucha de dos viejos payasos contra los objetos, al final de Candilejas (1952); como un impasible conductor de tren en La vuelta al mundo en ochenta días (Anderson, 1956); pero sobre todo en la obra maestra del decadente Billy Wilder, Sunset Boulevard (1950), donde le vemos jugando a las cartas con otras cariátides de la vieja Hollywood en la villa de la diva rediviva Norma Desmond (Gloria Swanson).
En su último año de vida actuó en Film (1965), una singular película rodada por Alan Schneider pero ideada y escrita por el famoso dramaturgo irlandés Samuel Beckett. Curiosa y a la vez suntuosa salida de escena de Keaton, que interpreta aquí a un hombre que no quiere que nadie le mire. En la obra y en la reflexión de Beckett, el lenguaje del cine se convierte en un medio para ocultar más que para mostrar, mientras uno de los máximos maestros y co-fundadores de ese mismos lenguaje culminaba impasiblemente su última, y por eso especialmente conmovedora, actuación interpretándose a sí mismo: Buster Keaton, nada más y nada menos que un monumento de la historia del cine.
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