Dos años después de la muerte de Juan XXIII, Ermanno Olmi realizó esta reconstrucción biográfica con la intención de mostrar las raíces de las que bebía este hombre que renovó la Iglesia de su tiempo, como afirma la voz de Romolo Valli al principio de la película, después de unas secuencias documentales sobre la vida del pontífice: «De él como Papa se conoce todo: sus grandes empresas, sus encíclicas y discursos, sus anécdotas, su sonrisa, su inimitable simpatía humana. ¿Pero quién era este hombre que vino en nombre del Señor? ¿De dónde venía? ¿Qué camino había recorrido?». Olmi responde evitando caer en la hagiografía fácil.
A Rod Steiger, el protagonista, le pide que sea sólo un mediador, sin personificar directamente a Roncalli: «Justamente por el amor y respeto que sentimos por el Papa Juan, sería absurdo intentar evocar su figura maquillando al acto para asemejarlo a él en el aspecto físico y en su vestimenta. Por eso, Rod Steiger no se cambiará de ropa en toda la película. Ni al principio, cuando asiste como espectador a la historia de su infancia, como cuando más tarde se convierta en mediador del personaje de Angelo Giuseppe Roncalli, repitiendo sus palabras, gestos y acciones». De este modo, escribe Gian Piero Brunetta, «el yo narrador […] llega a identificarse con el sujeto del relato», en un intento sincero (y quizás «en parte fallido», sugiere el historiador) de explorar nuevas formas de puesta en escena cinematográfica.
La fuente principal para la redacción del guión fueron las páginas de El diario del alma que Roncalli escribió desde 1895, cuyas palabras van marcando los diversos momentos de la reconstrucción biográfica: «Comprendo que se quiera conocer todo de un Papa y que todo puede servir para la historia, pero mi alma está en estas páginas». Asistimos a fragmentos de la infancia de Angelo en un mundo campesino, pobre, pero al mismo tiempo rico en humanidad, al que más tarde Olmi rendirá homenaje en El árbol de los zuecos (1978). Luego el encuentro con la gran ciudad, la Roma de principios de siglo, que en el film aparece en plena fermentación de mediados de los años sesenta. Roncalli vislumbra en la vida de la capital el peligro de una confusión que puede llevar al hombre a comportarse como un animal, e incluso desviar al sacerdote de su ministerio.
Los años que siguieron a la ordenación – como secretario de monseñor Radini Tedeschi en Bergamo (1905-14), las tareas apostólicas en Bulgaria (1925-35), Turquía y Grecia (1935-44) así como en París (1944-53), el Patriarcado de Venecia (1953-58) – se narran mediante breves episodios que documentan su gran capacidad de encuentro y de perdón con cualquiera. Lo que emerge en este particular film de Olmi es la biografía del alma de un sacerdote deseoso de predicar el Evangelio como primera tarea de su vida. Un hombre que construyó su vida entera sobre Cristo: «Las almas, las almas. Ut unum sint: que sean una sola cosa. Este es el misterio de mi vida, no busquéis otras explicaciones. Tu voluntad, oh Señor, es nuestra paz».
Y vino un hombre (IT 1965) de Ermanno Olmi
con Rod Steiger, Adolfo Celi, Romolo Valli, Rita Bertocchi, Pietro Gelmi, Antonio Bertocchi
DVD: San Paolo Audiovisivi
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