Hoy, viernes 14 de junio, se estrena en cines de toda España UN DIOS PROHIBIDO, un conmovedor largometraje sobre la culminación de la vida de 51 hombres, en su mayoría muy jóvenes, que dieron su vida por Cristo.
La película, realmente estremecedora, es equilibrada y ajena a los sectarismos propios de una mentalidad ideológica. Nos traslada al verano de 1936, en los comienzos de la guerra civil, cuando tuvo lugar el martirio de 51 miembros de la Comunidad Claretiana de Barbastro (Huesca), que fueron beatificados por el Beato Papa Juan Pablo II el 25 de octubre de 1992.
Pude verla anoche en un preestreno celebrado en el Colegio Mayor Roncalli en el marco de del ciclo “De Madrid al cielo”, organizado por la Delegación de Cultura de la diócesis de Madrid. Resulta sumamente provechoso verla en este Año de la fe porque, de alguna manera, nos obliga a «no dar por supuesto qué es la fe».
La fe no es una creencia. Creencias son las que creamos los hombres, y hay muchas. El cristianismo es “un hecho” que acaeció en la historia. Y que vuelve a acaecer, sorprendentemente.
Lo demostró Alex Larrumbe, uno de los actores, en el coloquio que siguió a la proyección.
Preguntado sobre la diferencia entre ser héroes que dan la vida por un ideal y ser cristiano, Alex contestó: «Me provocó muchísimo meterme en la piel de alguien que supo morir por un ideal que vale más que la vida. La verdad es que no lo puedo entender, pero es un hecho que sucedió».
Los hechos nos interrogan. Están allí. El mérito del director, Pablo Moreno, de la productora Contracorriente y de todo el equipo que ha realizado esta película, es haber recreado un hecho histórico, vivo, creíble y profundamente humano.
La fe no es un ideal creado por el hombre. ¿Qué es, entonces? ¿Es acorde a nuestra razón? ¿La respeta, la ensancha? ¿Enaltece nuestra humanidad, la ilumina, la abraza?
En otra ocasión, otro actor del reparto comentó: «La verdad es que estos chicos ya habían entregado su vida antes de sellar su testimonio con su sangre».
Y otro, con una idea vaga y no exenta de extrañeza respecto del hecho religioso, después de pasar un día en el seminario de Ávila, conviviendo con los seminaristas, se despidió de ellos y se subió el autobús rumbo a Madrid. Al cabo de unos minutos, ya a las puertas de la ciudad, se acercó al conductor y le dijo: «Por favor, pare. Tengo que volver». Y se quedó con ellos el fin de semana. El cristianismo es un hecho que acontece. Un hecho viviente gratuito, hermoso, humano. Que nos interroga.
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