A principios de 1944 en Francia, a un colegio católico masculino, llegan tres chicos judíos que se ocultan tras una identidad falsa para protegerse de los nazis. Entre ellos está Jean (Fejtö), que se hace amigo del conflictivo Julien (Manesse); pero alguien revela el secreto a la Gestapo…
«Han pasado más de cuarenta años, pero recordaré hasta el día de mi muerte cada segundo de aquella mañana de enero»: es la voz en off de Julien ya adulto, al terminar esta historia llena de implicaciones autobiográficas que el director Louis Malle llevó a la gran pantalla en 1987 y que ganó un León de Oro en el Festival de cine de Venecia de aquel año. La película narra la historia de la educación de dos niños obligados a madurar demasiado deprisa en un mundo donde todos los criterios de la razonabilidad parecen haber abandonado el proceder de los adultos.
Julien está entrando en la fase de la adolescencia, como muestran sus encontradas actitudes, bajo las que se esconden las preguntas y necesidades propias de su edad: por una parte tiende a comportarse como alguien “mayor”, al relacionarse de un modo prepotente con sus compañeros o al empezar a ceder a la fascinación de lo prohibido, leyendo a escondidas Las mil y una noches o fomentando el pequeño mercado negro dentro del colegio. Pero por otra parte su relación con una madre demasiado protectora – el padre es una figura totalmente ausente – revela que aún no ha dado el paso entre la dependencia total del niño y la rebelión del adolescente, justo en el momento en que empieza a asomar en su horizonte el descubrimiento de lo diferente, como curiosidad hacia el universo femenino – encarnado por la joven profesora de música (Jacob) – pero sobre todo como descubrimiento del valor de la verdadera amistad.
Esta última es la verdadera cuestión clave en la historia de Julien: su comportamiento despreciativo colisiona con la llegada del misterioso Jean, que no participa como todos de los sacramentos y sobre todo no revela nada de su propia vida. Curiosidad y arrogancia llevan a Julien a hurgar entre las cosas del recién llegado, y descubre que en realidad es un judío. Un descubrimiento, que en cierto modo acerca a los chavales y sienta las bases de su amistad, a los ojos de Julien se enfrenta con la realidad de un mundo adulto que en los judíos sólo ve un enemigo que eliminar. En este sentido, resulta fundamental la escena del restaurante, donde el joven asiste al intento de la Gendarmería de echar fuera del local a un hombre anciano y diferente, cuya única culpa es ser judío. Julien se ve obligado a experimentar la insensatez de esta visión ideológica del otro: es evidente que para él no ha sido así con Jean y, a pesar de su comportamiento duro, no es así su primera reacción frente al otro.
Adiós, muchachos es el último y dramático saludo del director del colegio cuando es conducido afuera con los niños judíos hacia los campos de concentración de Auschwitz y Mauthausen. Pero también es un adiós a la inocencia de la juventud, herida irremediablemente por la violencia de los adultos. Este adiós porta irremediablemente dentro de sí el germen de la esperanza de que algún día pueda volver a ser posible mirar a los otros por lo que son y no sólo como un obstáculo a superar. Como aprendió Julien en su relación, tan breve pero tan intensa y fundamental, con su amigo Jean.
Adiós, muchachos (Au revoir les enfants, FR 1987), de Louis Malle
con Gaspard Manesse, Raphaël Fejtö, Francine Racette, Stanislas Carré de Malberg, Philippe Morier-Genoud, François Berléand, François Négret, Irène Jacob
DVD: Dolmen Home Video
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