Basado en el drama teatral “Nuestras dos conciencias”, una de las películas menos aplaudidas de Alfred Hitchcock. ¿El motivo del fracaso? La historia de un hombre fiel a algo en lo que cree más que en su propia vida
En la ciudad de Quebec, el sacristán Otto Keller (Hasse) mata al abogado Villette (Légaré) y revela su homicidio en confesión al padre Logan (Clift), que se convierte en el principal sospechoso del delito, junto a la mujer que años atrás había sido su compañera (Baxter)…
François Truffaut: «Montgomery Clift hace un trabajo extraordinario. De un extremo a otro de la película, solo tiene una expresión e incluso una única mirada: una dignidad total con un leve matiz de asombro».
Alfred Hitchcok: «Cualquier sacerdote que recibe la confesión de cualquier asesino está relacionado con el crimen después de hecho».
FT: «Ciertamente, pero creo que el público no lo entiende. Al público le gusta la película, le interesa la historia, pero está esperando que Clift hable».
AH: «Los católicos sabemos que un sacerdote no puede revelar un secreto revelado en confesión, pero los protestantes, los ateos, los agnósticos piensan: “Es ridículo callar, ningún hombre sacrificaría su vida por algo así”».
FT: «Entonces, ¿hay un error en la concepción del film?».
AH: «En efecto, no hacía falta rodarla».
(F. Truffaut, El cine según Hitchcock, Alianza Editorial, Madrid 2010).
En este toma y daca se condensa el principal motivo del fracaso de esta notable película, basada en el drama teatral Nos Deux Consciences (Nuestras dos conciencias, 1902) de Paul Anthelme.
Como en otras muchas de sus películas, Hitchcock elige un tema que no sigue el clásico camino del “whodunit” («Who has done it?, ¿quién lo ha hecho?»), donde protagonista y espectador comparten un mismo saber y avanzan juntos hacia el descubrimiento de la verdad, sino que estructura la historia de modo que el espectador sabe desde el principio al menos una parte de la verdad. Favorece así la identificación con el personaje principal, al que seguimos para averiguar cómo podrá salvarse. Siempre refinado, pero en función de la historia, es su estilo: «Yo confieso es el adiós de Hitchcock al estilo expresionista, a la noción de que un rostro o un espacio existe sólo en cuanto es tocado por la luz», marcando así el paso hacia un cine donde la construcción plástica de la imagen se somete a la «construcción de atmósferas» (G. Gosetti). Ejemplo de ello es la escena del primer encuentro entre el padre Logan y la mujer de Keller, donde lo que se expresa en palabras se afirma además con las imágenes y los movimientos de la cámara que construyen una atmósfera de tensión.
Por tanto, el elemento de dificultad del film está precisamente en la figura del padre Logan y en la imposibilidad para muchos espectadores de identificarse completamente con él y con su vocación sacerdotal tan segura y “digna”. «Es un contrasentido que debilita la historia porque sólo los católicos lo pueden entender», escribió Morando Morandini: no sólo no cede al amor de su ex novia, sino que no decae la firmeza del secreto de confesión, hasta llegar a tener que soportar las consecuencias penales e incluso a perdonar a quien le obliga a ese sacrificio. Hitchcock era sin duda consciente de que los católicos en el cine pueden resultar figuras extrañas, demasiado extrañas para ser creíbles para un público tan alejado de una experiencia así. El film podía no haberse realizado. Sin embargo, se hizo igualmente: porque había algo verdadero que contar.
Yo confieso (I Confess, USA 1953) de Alfred Hitchcock
con Montgomery Clift, Anne Baxter, Karl Malden, Brian Aherne, Roger Dann, O.E. Hasse, Dolly Haas, Charles Andre, Judson Pratt, Ovila Légaré, Gilles Pelletier
DVD Warner Home Video
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