La novela-manifiesto de la generación beat se lleva a la pantalla. Es una ocasión para leer (o releer) la obra de Jack Kerouac, siempre encasillado en los iconos de su época. ¿Qué sentido tenía su lucha contra el conformismo y toda falsa seguridad? Historia de un hombre que no quería renunciar a sí mismo.
El 19 de octubre se estrena en España la película On the road, dirigida por Walter Salles, que se presentó este año en el festival de Cannes. Es la adaptación cinematográfica de la célebre novela de Jack Kerouac En el camino, libro de culto para la generación de los jóvenes de los años sesenta y “libro revolucionario” en la literatura americana, de escritura a borbotones, traducción a escritura del estilo “hablado a ráfagas”.
La condena a este tipo de escritura vendrá de un “monstruo sagrado”, Truman Capote, que se referirá a Kerouac y a sus amigos de la llamada generación beat con estas palabras: «Ninguno de ellos sabe escribir, ni siquiera Jack Kerouac. Su escritura no es tal en absoluto, sino mecanografía». Y en esto, el autor de una obra maestra como A sangre fría se equivocaba gravemente. Porque Kerouac había meditado largamente, escrito y reescrito varias veces On the road. Probablemente entre sus inspiradores hay grandes escritores como Mark Twain, Jack London (que había escrito The road) y Ernest Hemingway. Kerouac va más allá, llega casi a la última frontera, transgrediendo hasta la puntuación ortográfica.
LA LLAMARADA DE UN HIPSTER. La motivación de esta clase de “revolución” literaria no es casual, antes es el medio para una revolución todavía más radical contra el mundo conformista que le rodeaba, incluida la maquinaria industrial y editorial que quería convertirlo en “icono de una época”, estereotipo, encajonándole y encapsulándole como portavoz de una rebelión de sentido único en un determinado contexto histórico.
El personaje, el hombre Kerouac es más complejo que el escritor objeto de la propaganda editorial y es esperable que la película no lo presente sólo con la habitual talla del emblema de la generación beat que acompaña a Kerouac.
Hay una frase de Jack Kerouac en 1951 que siempre merece la pena recordar para esbozar al hombre y al escritor: «Un recibimiento del Ritz Yale Club donde fui con un chico que llevaba una cazadora de piel, yo también llevaba una… Todos fumaban marihuana, conmemorando dolorosamente un nuevo decenio en una única multitud salvaje».
Esta es una cuestión en la que no se ha profundizado a menudo. Para huir de este nuevo conformismo wasp de la América de la segunda posguerra, de la reorganización de la nueva sociedad capitalista-calvinista, donde la noción tiempo/trabajo es brutalmente sometida al dinero, ante esta sociedad moralista e hipócrita, Kerouac elige On the road, la vida precaria que ya había descrito Jack London en The road. Pero es una rebelión contra el conformismo de toda época en lo referente a la sociedad, que llega a ser profundamente hipócrita, que no quiere encontrar un verdadero sentido y significado de la vida. Ante esa imagen de masificación, ante el auto-engaño falso, el joven y sensible Jean Louis Lebris de Kerouac, nacido en Lowell, en Nueva Inglaterra, de familia francófona, elige On the road, para vivir hasta el fondo su precariedad, hecha de una sensibilidad impresionante, aderezada de una sensualidad sin límites, de un verdadero río de alcohol y de una continua dependencia de las drogas.
En definitiva, un protagonista de On the road como Dean Moriarty (que se trata del amigo de Kerouac, Neel Cassady) es el prototipo de lo que se llama un hipster, un personaje que abandonaba toda falsa seguridad para vivir de modo espasmódico cada momento de su existencia, quemándola en una llamarada de pura energía. Mirándolo bien, Moriarty-Cassady era en el fondo el Marlon Brando de El salvaje o el James Dean de Rebelde sin causa. Una condición de vida, una expresividad hasta corpórea, contrapuesta irónicamente, paradójicamente, ostentosamente, como desafío melancólico vivido al prototipo wasp de la nueva sociedad americana.
OCTUBRE, EL MES MÁS DULCE. Aquí se abre el problema que puede ser el mensaje que On the road entregue a las generaciones de hoy, tan lejanas de aquel periodo histórico. ¿Qué significado tiene la rebelión de Kerouac? ¿Es una rebelión destructiva que acaba destruyéndose a sí misma? ¿Es una contestación ante litteram que llevará al famoso sesenta y ocho juvenil? ¿Quién es Kerouac, el profeta de los hippies, como a menudo se ha dicho con mucha vaguedad? Todos le han querido ver de este modo, casi todos parecen querer encorsetarlo en esa imagen.
La sorpresa, en cambio, llega de una lectura más meditada de la propia On the road y de la vida de Jack Kerouac. Y no es paradójico decir que en Kerouac se ve la rebelión y la nostalgia vehemente por una tradición perdida, por una sociedad que renuncia al significado de la vida renunciando a sus raíces.
Las frases que Kerouac pronuncia en más de una ocasión son emblemáticas. Cuando se le toma por budista, responderá sin medias tintas: «Soy un extraño loco solitario católico, místico». Y siempre le vendrá en mente, en los momentos más apremiantes de su existencia “la vuelta a casa”. Escribirá: «Octubre es el mes más dulce. En octubre todos vuelven a casa». Y él, el rebelde, al que la propaganda presenta como el precursor de los hippies o de cierta izquierda americana, siempre quería regresar a casa, para reencontrar sus raíces, la tradición en la que había crecido, incluso entre agudos dolores y tragedias, como la muerte de su hermanito, la desaparición prematura de su padre, la sensibilidad, algo interesada, de una madre que quería vivir de la popularidad de su hijo.
Para sustraerse al esquematismo en que la propia industria editorial lo encerraba, Kerouac respondió sin pelos en la lengua en una entrevista de la Paris Review: «Estoy tan empeñado en entrevistarme a mí mismo en mis novelas y he estado tan empeñado en escribir estas auto-entrevistas, que no veo por qué he tenido que soportar durante los últimos diez años repetir y repetir a cualquiera que me haya entrevistado lo que ya he explicado en los mismos libros… No tiene sentido».
Esperemos a la película de Walter Salles para ver qué Kerouac nos ofrece la nueva producción cultural de masa. Un consejo que se puede dar a los jóvenes, sin dar por el momento un juicio sobre la película, es que miren más allá de la propaganda y el esquematismo con que la industria cultural de las sociedades masificadas describe a los “grandes rebeldes”, aún haciéndoles, paradójicamente, funcionales a la misma gran masificación cultural.
«NADIE LO ENTENDERÍA». Una imagen válida de Jack Kerouac es la de un rebelde que buscaba, en un contexto social artificial, el profundo significado de la vida y sólo aspiraba a una existencia simple, pautada de certezas y evidencias verdaderas. Hay un testimonio siempre olvidado sobre Jack Kerouac, el de Mary Carney, la primera chica que amó Kerouac: «Era un chico bueno, dulce, y la gente de Lowell no lo entendió. No lo entendió jamás. Aquí nadie lee nunca. Ni siquiera le han dedicado una placa conmemorativa. Jack era muy sensible, sólo quería una casa y un trabajo en el ferrocarril. Jack siempre me lo contaba todo. Pero nadie lo entendería, así que no digo más. Decidí hace mucho tiempo que no diría nada más, así que mantengo mi palabra. De todas formas, nadie te escucha».
Quién sabe si del relato de esta existencia quemada, del rebelde contra un poder invasor, que reduce en ti el deseo de una vida verdadera, con suave y despiadada persuasión, se puede restituir al Kerouac que escribe On the road para garantizarse en el mes de octubre un “regreso a casa”, a su casa.
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