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CINE

Un maestro que cruza la barrera

Maurizio Crippa
17/09/2012 - Profesor Lazhar
Una escena del film ''Profesor Lazhar''.
Una escena del film ''Profesor Lazhar''.

Para empezar, colocamos los pupitres en fila, dejamos el democrático pero caótico semicículo; y después hacemos un dictado. «¡Pero nosotros nunca hemos hecho un dictado!». Y luego repasamos los pronombres posesivos. «¡Pero si los pronombres posesivos ya no existen!». Es como si en clase hubiera entrado un marciano, habrá que tener paciencia. Pero no es un marciano, es el profesor Bachir Lazhar, suplente que viene desde Argelia, y es él, serio y un poco chapado a la antigua, el que tiene la sensación de haber aterrizado en una escuela de marcianos. Que en realidad es una escuela de Montreal, en el Quebec francófono, que a los espectadores europeos nos puede resultar muy parecida a muchas escuelas que conocemos. Una escuela donde las «instrucciones para el uso» es el único materia que se puede transmitir, donde enseñar es sinónimo de “facilitar” («haga los dictados más fáciles», le dice la directora al maestro, que había osado proponer a Balzac). Y sobre todo, donde los adultos están aterrorizados ante su propia tarea, viven encerrados en la jaula – protectora para ellos, mortífera para los niños – de la corrección política y multiétnica. Víctimas de una fobia ideológica que transforma cualquier relación afectiva (es decir, no formal) entre profesor y alumno en una sospecha de pedofilia, hasta el punto de que en Montreal existe una norma que prohíbe tocar a los niños. Y así los niños regresan de un campamento con las espaldas quemadas porque el monitor tenía prohibido untarles la crema solar.
El profesor Lazhar no llega a una clase fácil. La maestra a la que debe sustituir acaba de suicidarse, se ahorcó en una aula y algunos niños la vieron. Obviamente, están traumatizados. Pero también Bachir, tras sus modales y sus ojos melancólicos, oculta una tragedia: su mujer y sus hijos fueron asesinados por fundamentalistas en Argel, y él huyó a Canadá en busca de asilo político. Pero eso lo sabemos nosotros, pero no sus alumnos ni sus compañeros. Y serán sobre todo los adultos – la directora fiel a la burocracia multiculturalista, la psicóloga indiferente a pesar de ser la única autorizada a “hablar con los niños”, los padres distraídos – quienes menos comprenderán a este suplente tan extraño para el ambiente pedagógico y cultural que se respira en Canadá, que lleva en el corazón no sólo los programas que debe impartir, sino especialmente a los niños: trata de entender sus sentimientos de culpa y acompañarles en su dolor. En silencio, no con proclamas, sino con sentido común y con los ojos abiertos, para atravesar las barreras construidas “para proteger” su presunta autonomía.

Una película rodada y narrada con gran delicadeza, donde hay una escena que resume el sentido de todo. «Limítese a enseñar, no a educar a nuestra hija», le dicen unos padres al profesor. Él se les queda mirando atónito, en silencio. ¿Qué les podría decir? Para él, enseñar y educar son una sola cosa, un gesto único que nace de una mirada completa sobre la vida, aunque ésta haya sido despedazada por la muerte. Y también del mismo dolor.

Profesor Lazhar no es una película que hable de la escuela, ni un film que trate sobre la educación. Habla de lo humano. O mejor dicho, de ese nivel de humanidad en que uno se da cuenta de lo que tiene en común con todos: el mismo deseo, las mismas preguntas sobre el dolor y la muerte. Y entonces, inevitablemente, nace la capacidad de compartir, aunque sólo sea con los niños. La capacidad de abrazarlos, y al diablo con la corrección pedagógica.

Profesor Lazhar
de Philippe Falardeau
con Mohamed Said Fellag, Sophie Nelisse, Emilién Neron
Canadá, 2011


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