Entre las cuatro bad-girls que protagonizan Spring Breakers, el lisérgico film de Harmony Corine que narra las vacaciones de primavera de la juventud americana, hay una que frecuenta grupos religiosos y se llama Faith (Fe). «Bonito nombre», comenta el gangster con rastas y dientes de plata (James Franco) que paga la fianza para que puedan salir de prisión después de una gran noche. «¿Pero tú rezas?», le pregunta. «Sí, rezo». Y cuando las transgresoras vacaciones giran hacia una vertiente criminal, Faith decide volver a casa.
En esta escena se podría resumir el Festival de Cine de Venecia que acaba de terminar. Es como si las múltiples historias presentadas en el Lido se sintetizaran en esta alternativa. Hay dos camino: el nihilismo y la fe. Mejor aún, el nihilismo y el sentido religioso. Rabia y devoción. Violencia y oración. Sólo que, también en el cine, sucede que la oración puede transformarse en violencia. Y que la violencia contenga una necesidad desesperada de salvación. Nunca como este año ha habido tantas películas que narraran historias de personas que buscan, que manifiestan su necesidad de salvación. Un sentido religioso desordenado, patológico, desequilibrado, aparece reflejado en muchas de las películas. Tal vez sea puesto en escena para ser contestado, acusado, vilipendiado.
En La bella durmiente, de Marco Bellocchio, la película que sitúa en los últimos días de Eluana Englaro tres historias que tienen que ver con el final de la vida, Isabelle Huppert es una actriz aristocrática que ha dejado de actuar, afectada por el estado vegetativo en que se encuentra su hija, que se mantiene en vida con un respirador artificial. La madre invoca un milagro, pero su fe barroca está hecha de palabras sombrías y oraciones histéricas. En el episodio central, una militante del movimiento por la vida (Alba Rohrwacher) se manifesta en la puerta de la clínica “La Quiete” de Udine. Cantos, rosarios, discapacitados que se exhiben con la pancarta «Matadme también a mí». Su padre, un senador del PdL (Toni Servillo), se niega a votar la ley contra la suspensión de la alimentación a Eluana que ha preparado su propio partido, mientras recuerda cuando practicó con sus propias manos, de un modo poco plausible a decir verdad, la eutanasia de su mujer. Al final, sin embargo, el personaje de Alba Rohrwacher, que se enamora de un militante de izquierda, testimoniando un cristianismo no sectario, es el más positivo del film.
Mucho más polémica y chocante resulta la devoción de la protagonista de Paradise: Faith, una fanática austriaca que llama a las puertas de los inmigrantes con una estatua de yeso de la Virgen, y que delante del crucifijo que cuelga en su habitación reza y se flagela con un cilicio. Una fe que desemboca en sexofobia y xenofobia. Como vemos cuando reaparece el marido musulmán y parapléjico reinvindicando sus derechos conyugales y ella lo rechaza con todas sus fuerzas porque su amor es otro. Hasta el punto de que el crucifijo acabará siendo escabrosamente profanado y, al contrario de lo que dice el título, la casa se transformará en un infierno.
Mucho más moderno, quizás demasiado, es el cristianismo de las monjas del convento de Pesaro Urbino en el breve documental Clarisas, donde las hermanas responden a las preguntas de Liliana Cavani sobre su vida como religiosas y también a las que, insistentemente, se refieren a la paridad entre los sexos dentro de la iglesia.
De la fe cristiana a los fundamentalismos, la necesidad de salvación y redención recorre muchas otras películas que se han visto en este Festival. En The Master (León de plata y premio ex-aequo a sus dos intérpretes), un marine veterano de la Segunda Guerra Mundial, neurótico y alcoholizado (Joaquim Phoenix), trata de recuperar el equilibro mediante la compleja relación con un carismático santón (Philip Seymour Hoffman) que evoca al fundador de la Cienciología. Sobre sus espaldas, se refleja la América que sale de la guerra y trata de despertarse, sanarse y volver a comenzar. La curación es sinónimo de salvación y redención también en Pietà del director coreano Kim Ki-duk. Aquí el camino sugerido es el amor. Un usurero mutila a sus deudores insolventes para cobrar las compensaciones de los seguros previamente estipuladas por sus víctimas. Pero cuando encuentra el amor de la mujer que le pide perdón por haberlo abandonado no podrá seguir con su actividad. Premiado en Venecia con el León de oro, el film resulta un tanto indigesto por sus muchas escenas de violencia.
Un poema completamente diferente lo encontramos en To The Wonder de Terrence Malick, que continúa su viaje hacia las raíces de la vida, iniciado con El árbol de la vida. En la playa de Mont Saint-Michel, sobre la que descansa una abadía llamada “La maravilla de Occidente”, una pareja de jóvenes amantes (Olga Kurilenko y Ben Affleck) experimenta el deseo del amor eterno. Pero una vez instalados en casa de él, en Oklahoma, la “maravilla” se desvanece. Paralelamente, un sacerdote católico (Javier Bardem) le pide a Dios que se haga reconocer más por el corazón que por los dogmas. Una película llena de estupor, con imágenes y textos poéticos, y diálogos complicados transformados en reflexiones en voz alta de los protagonistas. Es la belleza la que nos salvará, como una gracia que nos llega, parece querer decir Malick en el que tal vez sea el film más completo de toda la Mostra y que, casualmente, ha sido el menos aplaudido por la crítica. Paciencia.
Más allá de la acogida de algunas películas, es como si las historias de estos directores mostrasen que, tras la caída de las ideologías y la ruptura del encantamiento del capitalismo occidental, nuestra sociedad ha llegado al punto clave. Hay sólo dos caminos posibles... El nihilismo ya lo conocen bien, y lo saben contar. Sin embargo, no se puede decir lo mismo del sentido religioso.
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