Aquel libro “thriller” de Ciencia tenía más ficción de lo que parecía. Tras un título sobre “Silicon Valley”, la novela que alguien había “traducido” al español relataba las enormes posibilidades, valor y lucha por...¡la silicona! De repente ese material tan protésico adquiría un insospechado -incomprensible- valor a lo largo de “toda” una novela que hablaba, lógicamente, del silicio o sílice, elemento abundante y protagonista ahora en la nueva generación de semiconductores y osciladores precisos en electrónica. Descubrí, ojeando al azar novelas que salían de imprenta, esa mutilación conceptual de traductor hace años en una gran editorial en la que trabajaba. El libro -probablemente el traductor también- se retiró de circulación.
La siguiente anécdota es más reciente, tras ver “El árbol de la vida” de Malick. Una película que, en mi opinión, es mucho más que una más: un gran poema cinematográfico, una innovadora sintaxis del cine; para algunos, y estoy de acuerdo, unas horas de auténtica oración. Cine con razones, que lleva razones al cine. Provocación sin apologías, retazos sin pretender agotar una verdad. Un lienzo cada fotograma.
Pero el primer visionado me llamó la atención en puntos cruciales. Como la supuesta “gran decisión” que la protagonista recuerda que le enseñaron de pequeña unas monjas como imprescindible para escoger su propio camino hacia la felicidad: “escoger entre la divinidad y la naturaleza” dice la traducción. Algo razonablemente absurdo, en cuanto que no hay naturaleza sin Dios, y Dios está “también” o se puede encontrar en la naturaleza. No, no podía ser.
Al acudir a la versión original inglesa, movido por mi curiosidad, compartida luego con los productores en Los Ángeles, California, uno comprueba que la protagonista menciona en realidad el dilema como “between Grace and Nature”. Entre Gracia (don, regalo, gratuidad, favor de Dios) o Naturaleza (mis recursos, mi fuerza, mis logros, mi trabajo y esfuerzo en la soledad de la ley del Universo).
Si el traductor se hubiese interesado por quién es Malick, el autor también de “La delgada linea roja”, habría visto que el valor de las palabras no es calderilla. Habría entendido más. Malick, de formación filosófica, dedica años, antes de su carrera en el Cine, a trabajar una tesis de respuesta a un Heidegger obsesionado con las supuestas versiones ontológicas de Dios. El de la Gracia es un punto, además, fundamental para entender la mentalidad protestante en la salvación como consecución humana o, en otro extremo de la negación luterana, destino independiente a nuestra opción.
Una traducción así, desmonta el eje de una buena película, centrada en la gratuidad de la acción de Dios cuando nuestra libertad decide que “Él nos haga” y nos salve, frente al “yo me salvo, yo triunfo”.
Algo que la película de Malick deja también labrado en lenguaje de Música que hay que entender, “traducir”. Indispensable entender: "Lacrimosa" de Zbigniew Preisner, en el principio del film, la muerte del hijo, que al final salva, analogía del Verbo. El “Réquiem” de Faure con la muerte y el instante final de la salvación del Cordero, libres del mal y del mal del mundo. La creación, una explosión de fractales, musical, matemática, con la naturaleza de Saint-Saëns en “El Carnaval de los animales”.
No hay cultura en formol. La cultura tiene música, tiene historia, tiene carne, personas, maestros que hay que saber leer; “traducirnos”. El conocimiento acontece en historia y las ideas no son insectos en un alfiler que coleccionamos en un corcho, como fuera del espacio-tiempo de nuestra implicación frente a ellas. El acontecimiento de la película-tesis de Malick genera provocación, y conocer su reto hace indispensable la traducción de su experiencia fílmica, fenomenológica. De lo contrario, el peligro es quedarnos con un mensaje “de silicona”: bonito, atrevido, impactante, sugerente, entretenido. Pero, ¿nos ha construido?
Las obras-propuestas de los maestros, autores, artistas, necesitan la autenticidad de nuestra “traducción” profunda, conocerlas; lo idiomático es sólo un escalón. Un primer escalón necesario, pero no suficiente. ¿Quién era, qué vivió, qué pretende?
No hay relato y testimonio ni propuesta que haya cambiado más el mundo que el del Evangelio, pero no es sólo “un texto”. En la traducción había afán y pasión de conocer; millones de personas aprendiendo un idioma, la raíz, la experiencia cultural del origen: Latín y Griego en hombres criados en lenguas bárbaras, aficanas u orientales, movidos por la pasión de seguir unas vidas y los testimonios vivos, maestros hasta las últimas consecuencias. La fidelidad al fenómeno y la coherencia con un hecho. La pasión por lo auténtico tiene carne.
La lectura de “El sentido religioso” de Giussani (magníficamente ahora traducido al español) fue un impacto primero cultural para este periodista, pero sobre todo fue después un impacto vital, fenomenológico. No son ideas viudas; es experiencia vital relatada con recursos de lenguaje (y traducción...), con recursos de Historia, Literatura, Música... Propuestas al servicio de la narración experiencial. Algo así como “el pack completo”.
A veces me pregunto por qué compartir el libro no siempre ocasiona en un amigo el impacto que en mi causó. Probablemente, porque es uno de esos pocos libros que hay que “traducir” para entenderlo, para que no se convierta su lectura, “positivamente”, en un insecto muerto en un corcho con su alfiler, catalogado como una buena idea más. Es “the book experience”, en expresión intraducible; el mensaje es un hipersignificado a la altura de la capacidad de conocer con totalidad antropológica. Tiene música y poesía, una muy concreta que el maestro pintó en su lienzo y en su vida. Tiene sobre todo, una forma de vivir y mirar. A través de testimonio, de fenomenología, una “forma”, “carisma”, de Giussani, para entender cada palabra de Presencia, de Misterio, de Otro, de camino de verificación y de Libertad.
Le decía a una amiga que sólo había empezado a descubrir a Giussani cuando mi posición se convirtió en algo más cercano a un discípulo de una clase de Judo o un idioma ( un trabajo, un aprender, un cuestionar, un vivir) que en la lectura de “un buen libro más”. Uno no aprende Judo si no suda los Lunes a las diez. La “fenomenología” de Giussani no existe sin su propuesta de “Escuela de Comunidad” en su formato, por ejemplo los Lunes a las diez. Hay un “idioma”, una forma de ver en la propuesta, y comprender lo que nos permite explicarnos a nosotros mismos. Su propuesta de lenguaje, su música y los poetas con que enseñó son “esos”. Ignorar esa traducción, ese hiperlenguaje, es ignorar. Es convertirnos en coleccionistas de insectos, filosofías o teologías en un corcho, sin drama, muertos con nuestro alfiler.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón