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CINE

Jorge VI, el rey tartamudo

Beppe Musicco
07/02/2011

Será tal vez para compensar todo el bullicio mediático que envuelve a la familia real británica, las intrusiones en su vida privada y en sus desavenencias familiares e institucionales. Pero el hecho es que el cine inglés también sabe hacer películas que presentan a la familia real con ciertos acentos que hacen que al resto de los mortales nos parezcan menos privilegiados de lo que pudiéramos pensar.
Así sucedió con The Queen, que mostraba una reina Isabel muy alejada de la frialdad con la que se creía que había vivido la tragedia de la muerte de Diana; y así sucede en este Discurso del rey, que muestra cómo Alberto de Windsor, duque de York (Colin Firth), tuvo que hacer frente a una corona no deseada, tras la renuncia de su hermano Eduardo VIII, que prefirió abdicar para casarse con la divorciada Wallis Simpson; a la II Guerra Mundial; y, lo que centra el argumento del film, a una tartamudez capaz de aterrorizar a cualquiera que tuviera que entrar en contacto con el Imperio Británico en una época de gran tribulación.
En aquellos tiempos, la radio era el principal medio de comunicación y los súbditos de Su Majestad, que tuvieron que afrontar poco después una guerra contra la Alemania de Hitler, necesitaban una presencia pública y una voz fuerte y segura, algo que le faltaba al joven sucesor al trono, que buscaba desesperadamente a alguien que le pudiera ayudar. La relación entre el futuro Jorge VI y un logopeda (Lionel Logue, interpretado por Geoffrey Rush) es histórica. El director Tom Hooper acentúa las diferencias entre los dos hombres, que no se limitan sólo al papel de cada uno: Lionel es un antiguo actor muy poco familiarizado con el protocolo y acostumbrado a tutear, algo difícilmente concebible para el duque de York y futuro rey. Pero Lionel entiende que tiene que convencer al rey para que confíe en él o ambos fracasarán. Totalmente seguro de que la tartamudez no es una enfermedad congénita, Logue –poco a poco y no con pocos errores y contratiempos- consigue, como un psicoanalista, encontrar las causas juveniles del bloqueo de Albert, que lentamente va ganando confianza.
Determinante también resulta el papel de su familia: su mujer, Mary (Elena Bonham-Carter, que pasará a la historia como la Reina Madre) y las jóvenes Isabel y Ana. Una película irresistible, educativa (¿quién conoce este momento tan importante de nuestra historia?), que enfatiza los particulares que identifican el microcosmos de la realeza, con planos largos y ángulos desde abajo que acentúan una cierta solemnidad en contraposición con la vida cotidiana de los súbditos.

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