Hay obras cinematográficas que llegan a los oídos y a los ojos del espectador y que perduran en pantalla porque tocan y convencen, a la vez, a crítica, jurados y público. No se irradian por campaña especial de marketing sino por un flujo de vida, de pasión e interés que pasa de boca en boca. Full Monty, La vida de los otros, La última cima, son ejemplos de películas que se adentraron en el imaginarium colectivo y se impusieron por la evidencia de ellas mismas. Lo mismo ocurre con esta película galardonada con el Premio Especial del Festival de Cannes y candidata privilegiada al Oscar para la película extranjera de habla no inglesa. También ésta, como las otras, de boca en boca se impondrá.
Sinceridad es lo que he encontrado en la crítica de Carlos Boyero a esta sublime obra: “Yo, que no soy nada católico –dice–; un poquito espiritual, pero no mucho; y un poquito terrorista, pero inocuo; he de reconocer [de ahí la sinceridad que me interesa notablemente subrayar] que esta comunidad de monjes me ha conmovido; hasta me entran ganas de meterme monje. Esos monjes que tienen miedo, que aspiran a la supervivencia, que sufren todas sus contradicciones, resultan tan humanos y entrañables, tanto, que el mundo andaría mejor con gente como ésta. Palabra de agnóstico”.
Como agnóstico es también Xavier Beauvois, el director francés de esta obra en la que se alcanzan cotas de perfección interpretativa raramente presenciadas. Cuánta honestidad rezuma su trabajo que ha sido forjado a través de apuntes, testimonios de supervivientes, testamentos espirituales del prior, indagando en los lugares apropiados y reconstruyendo paisajes exteriores e interiores. Con estilo narrativo muy sencillo y natural nos introduce en la historia de una comunidad monástica de nueve monjes, que termina siendo historia nuestra. Historia dura, exigente, comprometida hasta el vértigo y el riesgo de la propia vida. Historia que en un crescendo de humanidad e intensidad se va sanamente apropiando de nosotros hasta poder reconocerla como aventura conmovedora, apasionante y de hondura.
¿Vidas cortadas o vidas cumplidas? ¿Absurdo de circunstancias y trampas de la historia sin sentido en las que queda atrapada y truncada la vida o perfil de un dibujo que vuelve a mostrar una belleza, de otro mundo, en medio de la ofrenda de la propia vida, en este mundo?
Comunidad cisterciense, es decir, de monjes; es decir, de hombres; implantada en medio de un pueblo: árabe; de una historia, una religión y una cultura: islam; y de una terrible contradicción: fundamentalismo y enfrentamiento ideológico en lucha por el poder. Allí nos encontramos con hombres frágiles y asustadizos como todos; con miedo y dudas como todos; acompañados, en cambio, como pocos; pero a los que no se les ahorra el camino que debe hacer cada uno, porque el descubrimiento y la entrega son personales o no lo son.
Encuadres y colores de nuevo Zurbarán; diálogos, silencios y trabajos de nuevo San Benito; cantos, liturgias, festejos y convivencias de hombres llenos de interés y simpatía por todo lo que les rodea; imprevistos que obligan a indagar a fondo sobre las propias razones; decisiones en el presente para el futuro que te obligan a ir a la verdad de tu propio origen; compañía coral –no me canso de ponderarlo: sublimes interpretaciones–, y responsabilidad personal; articulación perfecta del ‘yo’ con el ‘nosotros’, sólo equiparable a lo visto últimamente en Toy Story 3, en una conjugación perfectamente planificada de planos medios y cortos y encuadres de cada uno a contraluz y en relación a los demás. Una historia viviente que te introduce en aquel lugar, tan humano y tan desafiado, hasta hacerte sentir en tu propia casa estando en la suya. Una semilla que crece cual grano de mostaza y que se hace arbusto tan grande, tan grande, que apetece volar hacia él por su sombra y frescor, por su fecundidad y cobijo.
Una historia en progresión de conflictividad social e intensidad dramática –sobre todo interior–, que haciendo pasar por Getsemaní a cada uno de sus protagonistas, se desborda en su momento climático y culminante –última cena, ¡cómo no!–. Y a partir de ese momento tan significativo, de suma densidad reveladora, ni tanque ni metralleta podrán atemorizar, ni intimidar, una experiencia personal que ya troquelada en diálogo con el Misterio se ha ido “convirtiendo”, transfigurando, en algo más potente que un misil. Nadie puede apartarte de un Tú cuando se ha hecho experiencia cierta y aquilatada de Él, en el camino de la propia historia, en el sendero de la identificación con Aquel a quien nadie ha quitado la vida, porque antes la ofreció libremente.
“Sales conmovido con esta historia, palabra de agnóstico”. Así concluye Carlos Boyero su propia crítica. A lo cual, yo, que soy católico; ojalá que un mucho de subversivo y provocador y quizá también un mucho de indomeñable, sólo tengo que decir: “Amén”.
Epílogo final al encabezamiento
“Vosotros sois dioses, hijos del Altísimo,
pero como hombres moriréis”.
Son las palabras que abren y encabezan el primer fotograma de la película y que enmarcan el sentido de la misma. A estas palabras solemnes e iniciales me permito añadir como epílogo conclusivo:
vosotros sois dioses e hijos del Altísimo;
como hombres, nos atraéis y conmovéis de manera incomparable
y, como cristianos, nos humanizáis, nos dais vida…nos mejoráis.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón