Los personajes de Toy Story ya han recorrido un camino desde que en 1995 el simpático Woody, quizá demasiado mimado y consciente de su papel de líder, sufriera un ataque de celos que le llevó a jugar sucio con Buzz, el juguete nuevo lleno de luces y sonidos. Era la mezcla perfecta: por una parte, los años cincuenta, el western, la televisión en blanco y negro; por otra, Star Wars, la tecnología, el futuro. Las previsiones de John Lasseter y Pixar pasaban por mantener unidas estas dos almas y hacerlas crecer juntas: la nitidez asombrosa de la animación digital y una narración tradicional, basada en modelos seguros para la inocencia infantil. Amistad, dedicación, fidelidad, personificados en un grupo de juguetes de plástico, una pizarra mágica, un perro de juguete y otro de verdad.
Cuatro años después, Pixar se supera a sí misma y realiza una de las mejores secuelas de la historia del cine. Woody es tentado por la inmortalidad del coleccionismo, pero al mismo tiempo se tiene que enfrentar a un fin que les llega a todos, también a los juguetes. La dura realidad es que Andy, el niño tan querido, se hace mayor y antes o después la separación será inevitable. En realidad, Toy Story 2 era una película acabada, un nuevo episodio no era necesario. Por eso muchos adelantaron que la decisión de Pixar de realizar una tercera parte se debía sólo a una lógica de mercado que exige la versión en 3-D. ¿Qué más se podía decir?
Sin embargo, ya la poderosa secuencia inicial de Toy Story 3 deja ver que Pixar no teme al riesgo ni tiene límites. La apertura, llena de escenas rocambolescas y panoramas espectaculares, rinde homenaje a los personajes de la película y hace un recorrido de los acontecimientos heroicos de Woody tal como aparecen en la imaginación de Andy. Este personaje que en los dos primeros films aparecía con sus luces y sus sombras aquí se convierte en un auténtico héroe, el protagonista que siempre había vivido en la fantasía del niño que jugaba con él. También es significativo cómo Buzz le cede el paso y pasa a ocupar un papel fundamentalmente cómico, respaldando así a la verdadera estrella de esta historia.
Toy Story 3 parte de la conciencia que los personajes han adquirido al final de la segunda película. Andy ha crecido, va a dejar su casa y su habitación, se irá a la universidad, ni siquiera se acuerdan de cuándo usó sus juguetes por última vez. Saben que su destino próximo será probablemente una caja en el desván o una guardería. Esta última posibilidad, que sus compañeros afrontan como una posible nueva aventura, Woody la ve más o menos como el viejo señor Calr veía en Up el asilo: el triste final. Si la historia con Andy tiene que acabar, que así sea, pero no de esta forma.
Hay una tierna y asombrosa constante en el comportamiento de Woody a lo largo de toda la película, un reclamo continuo (e inaudito) a sus compañeros de aventura: ellos, los juguetes, pertenecen a Andy. Llevan su nombre escrito en los pies, deben ser conscientes de ello, y también deben estar orgullosos. Sólo él puede decidir sobre su destino y –la seguridad de Woody en este punto es granítica- lo que Andy decida será bueno para ellos. No tener esto en cuenta no sólo no será una buena idea sino que sobre todo sería traicionar lo que han sido hasta ese momento.
Si bien la voz de Woody parece predicar en el desierto, los hechos acabarán por darle la razón. Más allá de la cálida acogida de Lotso, un oso de peluche, y de la presencia de nuevos personajes (entre ellos el irresistible Ken), la guardería termina siendo una especie de prisión gestionada por una “cúpula” de juguetes, un lugar del que hay que escapar a toda costa, con escenas dignas del mejor cine bélico. Es una escalada de acción, humor y emoción que recuerda al mejor Indiana Jones, hasta llegar al momento más dramático de la película, cuando se enfrentan realmente “hasta el infinito y más allá”. Los viejos compañeros se entregan en un sencillo y conmovedor gesto de solidaridad.
Al final hay que pensar en un deus ex machinaque les saque de una situación aparentemente sin salida. Será muy divertido, pero la separación será inevitable. Lo más bonito es que Andy muestra un lado desconocido: al crecer, el chico también ha madurado y, siguiendo un hilo misterioso, llevará a la historia a un final que hará menos doloroso el adiós, poniendo así el broche a una de las obras más fascinantes del cine de animación (y no sólo de animación).
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