La presentación del libro de nuestro párroco, Alberto Royo, pone delante de nuestros ojos y en el interior de nuestros corazones la vida de 46 sacerdotes santos que llenaron de luz el siglo XX.
Todos esperábamos las palabras de Alberto, pero poco pudimos escuchar. Una tremenda afonía apenas le permitió dirigirnos unas palabras. Pero nos llenó de consuelo y sorpresa la presencia de José Ramón Godino, coautor del libro Sacerdotes que dejaron huella en el siglo XX que presentábamos, y cuya asistencia al acto no estaba prevista.
Hijo espiritual de Luigi Giussani, Godino afirmó que la idea del libro era de Alberto y que su realización fue fruto de la amistad existente entre ellos. «Dan mucho de sí 46 sacerdotes», comentaba. Nos invitó a mirarlos cerca de nosotros, en nuestra parroquia. Es necesario estar abiertos a la novedad que acontece ante nuestros ojos.
Para él uno de los sacerdotes que más le ha impactado es un intelectual, Romano Guardini, probablemente el teólogo más grande del siglo XX. Un hombre de una gran sencillez que compaginaba sus estudios y su magisterio en la universidad con su colaboración en una asociación de jóvenes. Su firmeza y claridad frente al horror nazi le valió la expulsión de su cátedra.
Este libro es un homenaje a los sacerdotes y fue pensado con motivo de la celebración del año sacerdotal 2009-2010. Ángel Corella, sacerdote del Opus Dei, desgranó las virtudes del fundador de la obra, San José María Escrivá de Balaguer. Con el afecto de un hijo, fue relatando una a una circunstancias y anécdotas de San José María, desde su vocación sacerdotal, surgida al contemplar en la nieve las huellas de un carmelita descalzo, allá en su pueblo natal, la quiebra económica de su familia, los traslados buscando mejores condiciones de vida, hasta la oposición de su padre a su vocación; «vas a estar muy solo», le advirtió.
Pero la vida de San José María desdijo esta profecía. Pronto sintió que Dios le llamaba para crear una obra en la que los hombres de a pie, los seglares, pudieran vivir la santidad, ya que la fe fue extendida en los primeros tiempos del cristianismo por comerciantes y soldados. Pronto se juntaron alrededor de él muchos jóvenes entusiasmados con su propuesta de vida.
Hombre de fe sólida, que había pedido a Dios que le concediera «una fe gorda que se pudiera cortar», atraía a todos con su autenticidad, su amor a Jesús; todavía se conserva una imagen del niño Jesús a la que le decía cosas hermosas, le cantaba y le bailaba. Y ante el taxista lleno de rencor, que molesto con su presencia se quejaba de que no le hubieran matado en la guerra, San José María le sonreía y le dejaba, no solo el precio de la carrera, sino unos caramelos para sus hijos.
La última intervención nos puso delante la figura y la obra de ese gran educador de jóvenes que fue Luigi Giussani, fundador del movimiento de Comunión y Liberación. El ponente, Ángel Misut, laico, trazó una semblanza de este sacerdote santo a partir del impacto que había producido en su vida.
Durante su juventud Ángel se alejó de la Iglesia y buscó en la izquierda una esperanza que no le llenó la vida. Apasionado de la música, cayó en sus manos una revista en la que don Giussani hablaba del Réquiem de Mozart, de cómo cada frase empieza con una afirmación de la grandeza de Dios y termina con una humilde petición; sintió en estas palabras una profunda correspondencia, le parecieron que iban dirigidas a él.
¿Qué hizo de don Gius, como cariñosamente le llaman sus hijos, un educador tan potente, además de un anunciador de la Encarnación como hecho determinante de la Comunión, causa de nuestra libertad? La educación recibida de su madre, profundamente religiosa, y de su padre, anarquista, que educó su profundo gusto musical, llevó a Luigi a entrar en el seminario y recibir allí una sólida formación humanística y religiosa. Brillante en sus estudios, auguraba una carrera fecunda de formador en el seminario, cuando un encuentro casual con un grupo de jóvenes le hizo darse cuenta de su desconocimiento del significado de las palabras cristinas y del anuncio que proclaman. Pide a su obispo que le conceda ir a enseñar a un instituto de Milán, el liceo Berchet, en donde comienza Gioventù Studentesca, el embrión de lo que sería después el movimiento de Comunión y Liberación.
Su método educativo se fundamenta en el juicio de todo lo que sucede comparándolo con las exigencias del corazón, el deseo de verdad y belleza que nos constituye, valorando el hecho de la Encarnación de Dios como hipótesis que responde a todos los aspectos de la vida del hombre.
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