Los acampados de estos días han conseguido notoriedad, que se hable de ellos y que se les haya permitido incumplir la ley del modo más flagrante y absurdo, hasta el punto extraordinariamente patético de que las mismísimas Fuerzas Armadas españolas cambiaron la ubicación de su desfile militar el pasado domingo en Málaga, porque la plaza que originariamente habían escogido estaba ocupada por ellos.
Pero más allá de la opinión política, y de la mayor o menor confianza en las instituciones y en el sistema de cada cual, no querría que estos chicos y chicas llegaran a pensar, ni por un solo instante, que así se cambia el mundo. Así se crea alboroto, se molesta a los vecinos, se perjudica a los negocios colindantes, y se llama la atención de unos medios de comunicación y de unos políticos cada vez más demagogos, cada vez más buenistas y cada vez más populistas.
Para cambiar el mundo es imprescindible alzarse y esforzarse, dejar de quejarse y ponerse a trabajar. Nadie jamás ha cambiado el mundo sentado, acampado o fumando porros. Y siempre que alguien ha conseguido hacer algo positivo en favor de la Humanidad ha sido con mucha perseverancia y mucha tenacidad.
En las últimas elecciones locales, éstas que los acampados rechazan en contraposición a su democracia real -que continuamos sin saber lo que es después de todo el follón organizado-, ha tomado especial relevancia el ejemplo de Carlos García. Dejó el Ayuntamiento de Bilbao, de donde era concejal por el PP con un sueldo que le permitía vivir de él, y se fue hasta el pequeño pueblo de Elorrio para «poder enfrentarse directamente a Bildu». Y contra viento y marea, y pagándose de su bolsillo la campaña, obtuvo unos muy meritorios 276 votos que le han permitido obtener un dificilísimo escaño con el que va a conseguir lo que se proponía, que es desplazar a Bildu de la alcaldía del pueblo aunque sea al precio de votar a un alcalde del PNV.
Huelga comentar que el sueldo de concejal de la oposición en Elorrio no da ni mucho menos para vivir. Esto es cambiar el mundo, esto es democracia real. Esto es estar indignado y hacer algo, jugándose el sueldo y la vida.
Ahí está Carlos García, con su esfuerzo y su inteligencia como únicas herramientas; no quejándose por nada y ganándose voto a voto su derecho a tener esperanza. Eso sí que es democracia real: ir a defenderla allí donde está amenazada, allí donde podrían matarte por ser lo que eres y decir lo que piensas. Así se cambia el mundo: pagando el precio, económico y moral.
Las acampadas de estos días son una parodia de lo que significa luchar por lo que crees, una banalización del compromiso, un insulto a tantísimas personas que de verdad intentan hacer algo útil y brillante con sus vidas. Antes de quejarte de los demás quiero que me muestres lo que estás dispuesto a dar, lo que estás dispuesto a arriesgar. En eso se basa la veraddera generosidad.
Cuando sólo se trata de quejarse, cuando sólo se trata de lesionar los derechos de los demás para que, por fuerza, te tengan que escuchar, nunca hay grandeza, nunca mejora el mundo y todo lo que suele quedar es una plaza muy sucia cuando termina la fiesta y los últimos troneras se van.
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