La exposición “Inmigrantes, el desafío del encuentro” no acaba al salir. Como sus protagonistas, continúa fuera de sus fronteras. Hasta los bancos de la sección “Un café con…”, donde dos veces al día se celebran encuentros sobre este tema.
Aquí llegó Adel, 24 años, tunecino de físico atlético, piel bronceada, ojos oscuros y brillantes. Sonríe mientras ocupa su asiento al lado del periodista Andrea Avveduto, moderador del encuentro. Le acompañan Angela y Roberto Zucchetti, de Familias para la Acogida. «Cuando entró en nuestra casa era un esqueleto andante –recuerda Angela–. Le dije: “Esta es tu habitación, este es tu baño”, y él se echó a llorar».
El viaje de Adel empieza en 2011, cuando huyó de la primavera árabe que había sumido a Túnez en el caos. Cuando lo recuerda, se le borra la sonrisa. Habla lentamente, con esfuerzo, y no es porque tenga dificultad con el idioma. «Deseaba una vida mejor para echar una mano a mis padres. La única solución era echarse al mar, pero era muy caro. Iba a clase y luego a trabajar para conseguir dinero». Cuando alcanzó la suma necesaria fue al puerto con sus amigos, pero solo ellos se fueron. Él tuvo que regresar al darse cuenta de que le habían robado el dinero. «Estaba enfadadísimo. En cambio, tengo que dar gracias a Dios. Todos los que se echaron al mar ese día ahora están muertos». Volvió a intentarlo la noche siguiente. Esa vez con desconocidos. El camino estaba claro: primero un trayecto en tre, luego en un furgón habilitado para el transporte de pescado. «Allí empecé a tener miedo», cuenta con la mirada clavada en el suelo. El furgón le dejó a la una de la madrugada ante una barca hinchable, con la que fueron trasladados hasta la barca que les esperaba en el mar. «Nos llevaban en grupos de veinte para que no viéramos en qué condiciones estaba la barca». A las cuatro de la mañana, al salir el sol, Adel se dio cuenta del tipo de embarcación en que se encontraba. «Me dije: solo puedo rezar. Tenía una foto de mi madre y un librito del Corán. Pensaba en mi vida. Todavía soy joven, me decía a mí mismo, solo tengo 19 años».
La travesía finalizó en Lampedusa. Adel fue trasladado a un centro de acogida en Catania, recibió el permiso de residencia y ese hecho fue fundamental. En 2011, por ley, se proporcionaba a los extranjeros documentos regulares que también les permitían, si así lo deseaban, salir de Italia. Para mantener su derecho a quedarse, Adel necesitaba un trabajo estable, y decidió buscarlo en el norte. Así que partió hacia Milán. «No estaba acostumbrado al frío, para calentarme iba a la biblioteca. Estaba solo, sin mis padres. Cada día me sentía peor». Hasta que conoció a una mujer. «Salía de la iglesia de san Pablo, en Rho, me interpuse en su camino con las manos en alto y le dije que no quería dinero, que solo necesitaba hablar con alguien». Aquella mujer le llevó hasta la casa de Angela y Roberto Zucchetti.
Aquí las historias se cruzan y entonces es Angela quien toma la palabra. «Recibimos la llamada habitual: ¿tenéis un sitio para dormir? Adel quería estudiar, quería aprender italiano. El día que obtuvo el diploma de tercero vino conmigo a ver a un amigo empresario que se dedica a la producción de piel. Nos acompañó en una visita a su propia empresa y en un momento dado nos dijo: “esta es la mesa de Adel”. Luego se dirigió a él: “mañana empezamos a la ocho. Te espero”». Su marido, Roberto, comenta: «Le enseñó el oficio un maestro, sin hablar, mostrándole cómo se hace. Entre ellos se ha dado una estima invencible. El trabajo es un instrumento de aprecio mutuo y esto arraiga en las personas».
Avveduto pregunta a los Zucchetti: «¿Qué bien ha sido Adel para vosotros?». Responde Roberto: «Es un hijo igual que los demás. Es un don que ha ensanchado nuestro horizonte». Y Angela añade: «Las personas que acogemos son una compañía para nuestros hijos. No hemos hecho nada extraordinario, solo hemos ofrecido un techo y un plato de comida. Es más, yo agradezco a Adel que haya entrado en nuestra vida, pues de lo contrario mi marido y yo habríamos acabado aburridos el uno del otro».
Luego el periodista pregunta al joven: «Y para ti, ¿qué ha significado el encuentro con Angela y Roberto?». «Son lo más bonito que tengo. Tengo dos padres musulmanes que me acompañaron hasta los 18 años y dos padres cristianos que me han acogido y siguen a mi lado».
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