NADA HAY más triste que un hombre sin fe, sin trascendencia, sin esperanza, sin deseo de mundo mejor. Es un hombre incompleto, sin relieve ni profundidad. La responsabilidad, la fuerza y el espíritu que se precisan para una relación sincera con Dios hacen que muchos se escondan tras las más infantiles excusas y falsas idolatrías, y banalicen la esencial necesidad humana de creer creyendo en cualquier cosa. Los más ingenuos son los positivistas, con su ridícula teoría de que la ciencia puede explicarlo todo, que se desmonta con la mera constatación de que la ciencia no puede explicarse ni a ella misma.
La ciencia es extraodinariamente útil para los asuntos científicos, pero lo fundamental que hay en nosotros, lo que somos y hacemos, no depende de nada más que de nuestro empeño y de nuestra voluntad, de nuestra ambición y de nuestro sentido moral, de lo más sagrado que hay en nosotros que es el amor y la libertad con que fuimos concebidos y ofrendados.
La crisis tiene mucho que ver con esta inconsistencia, con esta tontería, con esta cobardía de tantos hombres que se esconden de Dios por no tener que enfrentarse al reto de ponerse en pie y tomar las riendas de su propio destino. Tanto bienestar nos ha vuelto fofos y débiles, y muchos han leído más libros de los que podían comprender. Hay una sola verdad y hay que ir a por ella. Todos los sentimientos están resumidos en el Calvario.
Severas medidas políticas y económicas son imprescindibles para salir del agujero, pero no remontaremos hasta que dejemos de humillarnos, hasta que dejemos de malgastar el tiempo y los talentos y seamos capaces de asumir el peso completo de nuestra humanidad en lugar de este vivir barato, arrogante y esnob, cual pertinaces miembros del club de Pedante Estúpido.
Un hombre sin Dios es un hombre sin lo más difícil de sí mismo, pero también sin lo más maravilloso. El pretexto de que todo es genético y de que lo que nos sucede resulta ajeno a nuestra voluntad es de perdedores que niegan el reto por miedo a no estar a la altura de su condición de hombres libres. El mayor rescate es el que necesita una Humanidad que prefirió la comodidad a la integridad y millones de mentiras, estériles y vacías, a la exigencia de salir al encuentro de Dios y ser ellos mismos, con su esperanza y su amor, la metáfora de la salvación del mundo.
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