Richard Rudd siempre decía a su familia que si algún día le sucedía algo no querría vivir atado a una máquina. Pero se equivocaba. En octubre de 2009 un accidente de moto le dejó paralizado y desde entonces ha hecho todo lo posible para hacer entender a los médicos y a sus amigos que no quería morir. A sus 43 años, este conductor inglés se comunica con sus ojos. Con una señal, pestañear tres veces seguidas, confirmó al médico su voluntad de seguir viviendo. Y así está siendo.
Nueve meses después del accidente, Rudd sigue paralizado y necesita cuidados constantes, pero es capaz de comunicarse con su familia y sus hijas -Charlott, de 18 años, y Bethan, de 14- con sonrisas y moviendo los ojos y la cabeza. “Cuando llegó el momento de decidir –cuenta su padre- no tuvimos ninguna duda. Él siempre nos había dicho que nunca habría querido vivir pendiente de un hilo”. Pero afortunadamente los médicos que le atendían en el hospital Addenbrooke de Cambridge quisieron comprobarlo. Levantaron los párpados del paciente y le pidieron que los moviera hacia la izquierda si no quería morir. Lo hizo hasta tres veces, era evidente, así que le mantuvieron con vida.
Un momento conmovedor que fue captado por las cámaras de televisión de la BBC, que le dedicó un programa titulado “Entre la vida y la muerte”. El caso de Rudd plantea el debate sobre los pacientes que han expresado su voluntad de morir pero que después cambian de idea. Su padre, de hecho, ha declarado su alivio por no tener que decidir sobre el destino de su hijo. “Decidir si un hijo tiene que vivir o morir es imposible”.
Ayudar a morir a una persona en Reino Unido está castigado hasta con 14 años de cárcel. Los médicos tienen derecho a desconectar las máquinas cuando un paciente está “clínicamente muerto”, lo que puede suponer la muerte cerebral pero no la física. El caso de Rudd ha puesto de manifiesto que éste es un tema difícil de legislar. Estudios recientes demuestran que algunos pacientes llegan a comunicarse incluso en estado vegetativo. A diferencia de los enfermos que están en coma, los vegetativos reaccionan a las señales moviendo los ojos. Un grupo de investigadores de Cambridge ha intentado enseñar a estos pacientes a identificar ciertos sonidos con un aliento de aire frío en los ojos y con el tiempo éstos han empezado a cerrar los ojos antes de recibir el soplido, al oír el sonido que lo precedía. Este experimento ha funcionado con 22 enfermos en estado vegetativo, confirmando que estos ejercicios permiten una lenta recuperación del paciente, que poco a poco alcanza cada vez una mayor conciencia. Además, esta investigación ha demostrado que los criterios para el diagnóstico vegetativo fallan en el 40% de los casos.
El profesor David Menon, que fundó hace 13 años la Unidad de Cuidados Neuro-críticos del hospital Addenbrooke de Cambridge y que lleva el caso de Rudd, declaró en la BBC que en su departamento “las regas que gobiernan la muerte son desafiadas todos los días. Hay que pensar en la muerte no como un suceso sino como un proceso, que puede ser acelerado, ralentizado e incluso interrumpido. Es habitual, después de lesiones cerebrales, que el cerebro quede dañado de manera irreversible mientras que las funciones del corazón y los pulmones se mantienen. Casi el 40% de nuestros pacientes registran una mejoría”.
La cuestión de la voluntad de morir del paciente ha suscitado acalorados debates a lo largo del último año en Gran Bretaña, después de que la Procuraduría General del Reino decidiera publicar las nuevas directrices que establecen cuándo es lícito ayudar a alguien a suicidarse. La necesidad de estas nuevas reglas surgió después de una serie de casos de personas que habían viajado a Suiza para morir acompañadas por sus cuidadores. La demanda judicial en estos casos versaba sobre la posibilidad de que estos últimos, al regresar, pudieran ser perseguidos por la ley. El procurador general Keir Starmer respondió a esta posibilidad hace un año con las directrices que juzgan a la persona según los motivos por los que ha podido asistir a otra en su suicidio (por pura compasión o bien por intereses económicos).
La ley vigente –la Suicide Act de 1961- menciona el empeño de Gran Bretaña por proteger a los más vulnerables; una promesa reiterada por el ex primer ministro Gordon Brown durante la batalla –fallida- del Parlamento para legalizar el suicidio asistido, promovida por Lord Joffe. Ahora, el caso del conductor de autobuses Richard Rudd confirma que es imposible establecer con certeza cuándo es justo desenchufar las máquinas.
(publicado en Avvenire el 15 de julio de 2010)
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