La plaza llena de ira. Y sólo es “un aviso”. Si el gobierno no escucha a la gente que estos días sale a las calles de Egipto, si no está a la altura de lo que piden, “es seguro que la presión aumentará, aunque no queríamos, ni queremos, violencia”. Abdel Fattah Hasan, profesor de literatura itailana en la Ain Shams University de El Cairo y parlamentario de los Hermanos Musulmanes hasta el pasado mes de noviembre, desmiente así que el objetivo de las protestas sea poner en marcha una acción de guerrilla. Aunque entre los manifestantes se haya introducido un grupo de violentos que ha provocado los enfrentamientos con la policía, “la nuestra es una iniciativa gradual”. El Cairo, Alejandría, Assuan, Ismailia, Assiut… hasta llegar al norte del Sinaí. Plazas y barrios populares en los que Fattah ve a “un Egipto que pide, con las manos vacías, un cambio”. Basta de corrupción, basta de elecciones manipuladas, basta de pobreza. “Queremos respirar aire puro”.
¿Qué esperan de los que están en el poder?
Reformas.
¿Y que Mubarak se vaya?
Ése no es el problema. Puede quedarse donde está (su mandato termina en septiembre) o puede sucederle su hijo Gamal. La cuestión es otra. El país quiere una reforma agrícola, económica y social y los líderes deben escuchar esta protesta.
¿De dónde nace esta rabia?
De una autoridad corrupta. De años de riqueza y recursos injustamente distribuidos. De un grupo de hombres que se han apropiado de territorios, dinero y palacios, y que han utilizado falsas acusaciones para quitárselos a quienes habían conseguido todo eso con el sudor de su frente. Vemos en la calle a trabajadores que ganan cien dólares al mes. Es el sueldo de la mayoría de la población. Gente que tiene una familia y que no llega a fin de mes. En la periferia de El Cairo hay hombres y mujeres que viven en los cementerios, que no tienen casa ni comida. Es una vergüenza. Sobre todo, teniendo en cuenta que Egipto no es un país pobre, es un país muy rico en recursos, pero injusto en su distribución.
¿Quién “guía” estas protestas?
La Asociación Nacional para el Cambio, que está formada por partidos y movimientos de oposición: desde el grupo Jóvenes del 6 de Abril a los Hermanos Musulmanes, con gente de todas las clases sociales.
Las similitudes con Túnez son muchas: corrupción, pobreza, falta de libertad, desempleo y un monopolio de poder que dura décadas: 23 años en el caso de Ben Ali, 30 en el de Mubarak. ¿La explosión de rabia en Túnez ha “contagiado” a Egipto?
Sí. Lo que ha sucedido en Túnez ha animado a la gente. Ver cómo la “palabra del pueblo” hacía caer a un presidente nos ha empujado a no querer seguir renunciando a nuestros derechos. No se puede posponer más la necesidad de cambio porque la desilusión continua en que vivimos nos puede acabar llevando a cualquier parte.
¿Podría poner algún ejemplo?
Hay jóvenes que se han licenciado con matrícula de honor y que, ante la decepción de no encontrar trabajo, han empezado a colaborar con los servicios de espionaje israelíes, en contra de su propio país. Hay empleados públicos que aceptan sobornos porque su sueldo es completamente insuficiente. Hay gente que come pan, sólo pan.
¿Qué cree que puede suceder en los próximos días?
Si toda esta rabia no encuentra una respuesta, terminará sucediendo lo que ha pasado en Túnez. Yo soy padre de familia, tengo cinco hijos y cada noche tengo que preguntarme si he sido justo o no con ellos. Ahora es urgente que quien guía el país sea sabio, sincero, y que actúe. No queremos el caos, pero si no se pone fin a este desgaste, el “aviso” de estos días no bastará y aumentarán las protestas. La “oposición” se calcula en casi dos millones de personas. En Túnez, eran cien mil.
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