Desde hace unos años vengo cumpliendo de manera intermitente un proyecto: ver todos y cada uno de los cuadros de Caravaggio. El proyecto incluye viajes premeditados y también casualidades benéficas. El año pasado, en Roma, a principios de un verano tan caluroso que los turistas invadíamos las calles con una densidad de ciénaga, tenía preparada una lista de los caravaggios que ya había visto y quería ver de nuevo y los que me faltaban por ver, pero yendo por la Piazza Navona, camino de San Luis de los Franceses y de la Conversión de San Mateo me encontré con un regalo más asombroso todavía porque era inesperado. La resurrección de Lázaro, que suele encontrarse en Messina, estaba en esos días en Roma, en un museo de la ciudad, porque acababan de restaurarla.
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