“Sólo quiero tener un lugar a los pies de Jesús. Quiero que mi vida, mi carácter y mis acciones hablen por mí y expresen que estoy siguiendo a Jesucristo”. Estas palabras hablan del compromiso con el que durante años trabajó para su país Shahbaz Bhatti, el ministro pakistaní para las minorías religiosas asesinado en Islamabad por un comando fundamentalista islámico. Lo acribillaron a balazos cuando salía de casa para ir a trabajar.
Todos recordamos el caso de Asia Bibi, la mujer condenada a muerte por blasfemia, que se ha convertido en un símbolo de la lucha contra el fundamentalismo en Occidente. Bhatti, que era el único ministro cristiano del Gobierno pakistaní, lo intentó todo para liberar a esta mujer.
Lo han mantado porque, según los fundamentalistas, sus acciones representaban un peligro para su proyecto de poder. Me refiero sobre todo a su batalla contra las llamadas “leyes de la blasfemia”, que existen en Pakistán desde 1982. Un delito diseñado específicamente para perseguir a los que no profesan la religión islámica. Quien aplica al pie de la letra estas leyes no es el Estado sino los numerosos grupos terroristas que existen en este país, que han cosechado decenas de víctimas en los últimos años. Hace sólo unos meses fue asesinado por el mismo motivo el gobernador de Punjab, Salman Tasee.
El trabajo de Bhatti para conseguir reformas reales que garanticen los derechos de las minorías estaba empezando a dar sus primeros frutos importantes. Es mérito suyo que, desde noviembre de 2008, el Gobierno pakistaní haya aprobado una cuota del 5% para las minorías en el sector del empleo público. Gracias a Bhatti se reconocieron las festividades no musulmanas y se proclamó el 11 de agosto como Jornada Nacional de las Minorías. Se las arregló para conseguir en el Senado escaños destinados a las minorías. Se comprometió para poner en marcha una red de comités locales para la armonía interreligiosa, desde los que promover el diálogo y contribuir a rebajar las tensiones religiosas.
Shahbaz Bhatti llegó además a conseguir el compromiso del primer ministro pakistaní para conceder derechos de propiedad a los habitantes de los barrios de chabolas de Islamabad que pertenecen a grupos minoritarios.
Tuve el placer de hablar con él en varias ocasiones, la última en mayo de 2010, cuando participó en una reunión del Grupo Popular Europeo. El Parlamento europeo había aprobado por aquellas fechas una resolución sobre Pakistán, que yo había promovido, en defensa de las minorías religiosas. Hace unos días había confirmado su presencia en el próximo Meeting de Rimini.
El padre Federico Lombardi, en nombre de la Santa Sede, se ha unido a las oraciones por la víctima y ha hecho un “llamamiento para que todos se den cuenta de la urgencia dramática que tiene la defensa de la libertad religiosa y de los cristianos que sufren violencia y persecución”. Ante este sacrificio que no tiene fin, la Unión Europea no puede sustraerse a un compromiso que, como muestran los hechos, debe ser más eficaz. Seguir discutiendo sobre la oportunidad o no de utilizar la palabra “cristianos” en los documentos oficiales sobre libertad religiosa resulta en este momento, más que ridículo y paradójico, un signo dramático de la “nada” en la que nos estamos sumergiendo y a la que estamos confiando el futuro de una generación entera.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón