El lenguaje de los organismos internacionales afirma una idea de la realidad y del bien común. La jurista Marta Cartabia y monseñor Tomasi, observador para la Santa Sede en Ginebra, se miden con el “nuevo evangelio” relativista y lanzan un desafío
¿Qué está sucediendo realmente en las organizaciones internacionales? ¿Cuáles son las dinámicas, las negociaciones que dan lugar a los grandes documentos y declaraciones que inspiran y regulan la vida del mundo entero? ¿Cuáles son los principios fundamentales y las palabras que los expresan?
A menudo pensamos en los grandes organismos internacionales como entidades lejanas a nosotros, abstractas. Sin embargo, lo que se debate y decide en su seno incide de forma decisiva en nuestras vidas, y casi siempre nos damos cuenta demasiado tarde. Lo que se decide en Bruselas, Estrasburgo, Nueva York, afecta a nuestra vida, la de todos los días, bajo la forma de leyes y nombres, mentalidad y opiniones.
Ginebra es una de las capitales de la política y de las instituciones, sede de una cantidad impresionante de organismos y agencias: aquí está el Consejo de los Derechos Humanos, la Organización Mundial de la Salud, la del Comercio, la del Trabajo... En esta ciudad “se hace la cultura internacional y es ahí donde hacen falta verdaderos testigos”. Son palabras de monseñor Silvano Maria Tomasi, observador permanente de la Santa Sede en Naciones Unidas en Ginebra, que participó junto a Marta Cartabia, profesora de Derecho Constitucional en la Universidad Milano-Bicocca, en un encuentro titulado “La fuerza de las palabras: verdad e ideología en los organismos internacionales”, organizado en Roma por el Centro Internacional de Comunión y Liberación.
Desde los años sesenta hasta 1989, con la caída de los regímenes comunistas, la historia dejó campo libre a la cuestión de los derechos humanos. Justamente en ese periodo, explican los ponentes, se produce una explosión, una proliferación, una invasión del lenguaje de los derechos humanos en todo el ámbito internacional. Sobre las cenizas de las grandes ideologías, según Marta Cartabia, florece el relativismo, y en este contexto resulta natural acudir a los derechos humanos como un recurso (casi como un nuevo evangelio cultural que en el fondo niega todos los evangelios) para encontrar una moral común a nivel universal. Pero también son los ases en la manga que se pueden utilizar cuando la negociación política no funciona, que resultan útiles para buscar un consenso cuando se es incapaz de seguir el camino de la política.
Es un proceso complejo, añade monseñor Tomasi, que supera a los actores y poderes implicados. En los organismos internacionales se sientan los representantes de los gobiernos, apoyados por grupos intelectuales para los cuales estas instituciones son la forma de cambiar la realidad y llegar a un mundo mejor. Nacen así coaliciones con intereses muy variopintos que nada tienen que ver con el objetivo inicial.
De esta forma se ha llegado a cambiar el lenguaje, el vocabulario y las definiciones que, en un intento por definir mejor la realidad, se desvían y la empobrecen. La pregunta ahora, concluye monseñor Tomasi, “es si el cristianismo todavía tiene la fuerza y la capacidad intelectual de ofrecer una nueva visión, vinculada con la realidad”. La inteligencia de la fe, por tanto, el desafío sobre el que tanto insiste Benedicto XVI.
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