Minutos antes de tomar el vuelo que me llevaría a Nueva York para correr su famoso maratón, vi en la librería de la sala de embarque un libro con un título que llamó mi atención: Correr para vivir. Perfecto, ya tengo entretenimiento para el vuelo, pensé. En el asiento del avión, de noche sobre el océano, nada más abrir el libro comprendí que providencialmente había caído en mis manos una historia auténtica, verdadera.
Primera página: «¡Secuestrado! Cuando llegaron los camiones yo estaba rezando». A partir de aquí se desarrolla la historia real del protagonista, vivida estos últimos años y que hoy continúa. La aventura a vida o muerte que ha llevado a un niño de seis años de los campos de exterminio de Sudán a las olimpiadas como abanderado de los Estados Unidos.
Una vida atravesada por la presencia de Dios en todo momento. Desde la desesperación hasta la gloria. Agradecida, a pesar de todos los pesares: «Nunca pensé que la vida me maltratara por tener que comer basura; más bien, consideraba una bendición cada pedazo de comida que encontraba en el vertedero». Esperanzada, contra toda esperanza: «Dado que ya no tenía una madre o un padre en la tierra, esa relación filial la quería mantener con Dios». Confiada, como el niño cuando va con su madre de la mano, a pesar de que a él se la arrebataron: «Yo sabía que Él estaba allí conmigo: eso no lo dudé nunca».
Creo que pocas veces se podrán encarnar de forma más clara las palabras del Papa Francisco (Evangelii Gaudium, 85): «Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos, y recordar lo que el Señor dijo a san Pablo: “Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad”. El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal».
El niño va creciendo y, en el camino, mira cara a cara al mal, no se acobarda, lucha contra él. Así, decide bautizarse; y Lopepe se convierte en José. Pero este no es un nombre caprichoso elegido al azar, «era el nombre que Dios había escogido para mí desde toda la eternidad», afirma sentenciando: «ya no soy un niño perdido, soy un hombre nuevo». Impresionante testimonio de alguien que ha vivido el bautizo como un auténtico sacramento.
Por favor, que nadie deje escapar esta historia. En este “primer mundo” en el que estamos rodeados de tantas palabras vacías y vidas malgastadas, garantizo al lector que experimentará un antes y un después al leer este libro. Por cierto, acabé la maratón, sin ningún mérito más que el sentirme hermanado de alguna forma, en cada zancada, con Lopepe.
Correr para vivir
López Lomong con Mark Tabb
Ediciones Palabra
297 páginas. 16 €
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