Iniciar el nuevo año con el sombrío tema de excavar tumbas puede parecer un ejercicio macabro, pero también tiene sus razones. He estado mirando el estimulante nuevo libro de Jeremy Treglown, Franco’s Crypt: Spanish Culture and Memory. A primera vista parece seguir los pasos de los libros que tratan sobre la excavación de los restos de los muertos de la guerra civil española, pero muy pronto abandona el tema de las tumbas a favor de una amplia mirada a la cultura de España. El título se refiere por supuesto a la tumba de Franco en el Valle de los Caídos, pero Treglown utiliza el tema como punto de partida para examinar cómo los españoles han venido manejando los mitos que heredaron de la década de 1930. Se extiende sobre una amplia gama de materiales, poniendo especial atención a las artes creativas del cine y la novela, ofreciéndonos en todo momento una perspectiva refrescante e imparcial de la cultura de España. No omite el campo de la historia, y nos da una entretenida crítica del Diccionario Biográfico Español, un producto estrafalario de la historiografía oficial española que ha añadido poco o nada a la reputación de los historiadores españoles. Es el tema de las excavaciones, sobre el que el autor hace un breve resumen, lo que me interesa por el momento.
El propósito normal de la excavación arqueológica es descubrir la verdad. Desenterrar el pasado, en teoría, revela lo que realmente pasó, y nos permite evaluar los eventos con más conocimiento y más tranquilidad. Al menos, ese ha sido el motivo en la mayoría de los casos. En España, sin embargo, las cosas son inevitablemente diferentes. La Ley de la Memoria Histórica, aprobada por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, fue descrita por él como «un importante instrumento de reconciliación». Sin embargo, como sabemos, sucedió todo lo contrario a pesar de que Zapatero había asegurado que «la memoria no ofende, restituye». Pero la realidad es que hubo mucha ofensa y muy poca reconciliación. ¿Cómo es que España hace todo lo posible para buscar la verdad y termina reivindicando la mentira? ¿Por qué el Valle de los Caídos acaba, no como un homenaje a los caídos, sino como un monumento a la memoria del vencedor? Tengo que confesar que estoy de acuerdo con un colega mío de Estados Unidos, quien recientemente comentó: «hacer un llamamiento a la ‘memoria social’ es realmente incitar a perpetuar mitos, prolongar odios y justificar conflictos».
Permítanme comenzar con un famoso caso de mito creado por las excavaciones. En Masada, 100 km al sudeste de Jerusalén, se llevaron a cabo importantes excavaciones arqueológicas entre 1963 y 1965,y los resultados valieron para mostrar cómo un puñado de guerreros judíos se defendieron valientemente contra los opresores romanos. Finalmente se suicidaron en masa en los últimos días de una revuelta contra el Imperio Romano en el año 73 AC. Se convirtió en uno de los grandes mitos del nacionalismo israelí. En un estudio sobre el tema publicado en 1998, un erudito judío, comentó que «la información arqueológica se manipula para fines nacionalistas», y se convirtió en uno de los muchos estudiosos que con firmeza y eficacia demolieron el mito que se había creado en torno a los hechos ocurridos en Masada.
El más reciente ejemplo de mito y conflicto se ha producido con motivo del tercer centenario de 1714, que Artur Mas quiere aprovechar para recuperar la memoria histórica de Cataluña. Alrededor de 90 millones de euros se han gastado para excavar esa memoria histórica de Barcelona en el Born, una zona del barrio de la Ribera que fue derribada por las tropas de Felipe V, a fin de construir una nueva ciudadela militar. El cuidadoso trabajo de la excavación ha dado algunos resultados interesantes, sobre todo dentro del contorno de las casas que estaban allí en el siglo XVIII. La experiencia profesional de los excavadores, sin embargo, no ha sido correspondida por la sensibilidad de los políticos que dirigen la empresa. Todo el trabajo se ha convertido en un ejercicio de demagogia, con el propósito deliberado de falsificar la evidencia histórica. Toda la presentación del nuevo centro es un intento de excitar la imaginación con una serie de ficciones. Un destacado periódico nacional reseñaba la utilización política de ese hecho histórico por los nacionalistas, que pretenden ver en 1714 un enfrentamiento entre Cataluña y Felipe V y un choque entre dos Estados. Apuntan esa fecha como el comienzo de la aplicación de una política de terror por los vencedores e inciden continuamente en que el 11 de Septiembre significó el fin del Estado catalán y trajo, además de violaciones masivas de mujeres, el sometimiento de los desdichados catalanes a la tiranía de las leyes e instituciones de Castilla y un expolio fiscal oprobioso.
La repetición sistemática de mentiras degrada a los que las han inventado. Cada una de las afirmaciones en la lista anterior de declaraciones es una simple falsedad, lanzada con el único motivo de provocar la hostilidad entre el Gobierno de España y los catalanes. Este no es el momento para examinar cada una de esas elucubraciones. Cualquier historiador de ese periodo se halla en una buena posición para juzgar. La mentira más notable de todas, repetida constantemente en miles de textos por personas que no saben absolutamente nada de lo que sucedió en ese año de 1714, es que la persona habitualmente acusada de la construcción de la ciudadela de Barcelona es Felipe V y su «absolutismo». Eso es una completa manipulación. Hay dos hechos muy sencillos que deben ser repetidos a los que visitan la exposición en el Born. Como historiador, me disculpo por tener que dar una lección de historia.
En primer lugar, Felipe V se oponía a la construcción de la ciudadela de Barcelona. La razón principal porque implicaba el derribo de las casas de la Ribera. En una carta que escribió en octubre de 1714 desde El Pardo a su abuelo, Luis XIV, le explicó que se trataba de un asunto importante, «en el que a mí me parece que el duque de Berwick no piensa como yo». Berwick, consultando con sus asesores, creyó que una ciudadela era necesaria. El rey, sin embargo, consideró que si los ciudadanos realmente querían rebelarse otra vez, la ciudadela no los pararía, y no tenía sentido construirla.
En segundo lugar, el rey estaba preocupado de que muchas personas no estaban siendo adecuadamente compensadas por la pérdida de sus casas. En teoría, las autoridades de Barcelona debían indemnizar a cada cabeza de familia del barrio. Las cifras exactas son que 4.000 residentes de la Ribera fueron desalojados de sus hogares. Muchos, sin embargo, nunca fueron compensados, a pesar de las expresas instrucciones escritas del rey (que he visto) de que se les pagara.
La propaganda nacionalista, determinada a vilipendiar a un rey por razones que son históricamente falsas, ha intentado utilizar las excavaciones del Born con fines políticos. ¿A quién le importa lo que realmente pasó en Barcelona en esos años? Parece que a muy pocos. Cuando se da prioridad a la ideología, los hechos históricos se esfuman por la ventana. En tales circunstancias, la excavación ha dejado de ser un intento de revelar la verdad, es un intento deliberado y oficialmente financiado para falsificar la verdad en aras de la creación de una memoria prefabricada del pasado.
Resulta significativo que la Generalitat haya preferido poner toda la organización del año 1714 en manos de periodistas y no de historiadores, en los que, por supuesto, no puede confiar. No es la primera vez que los gobiernos creen que los historiadores son un peligro. Los historiadores prefieren trabajar dentro de los límites de lo que indica la evidencia, los políticos tienden a considerar la evidencia innecesaria, porque ya tienen una visión preestablecida del pasado.
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